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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La banca catalana no es la banca catalana

Las dos grandes entidades tienen el grueso de su negocio en el resto de España. El apoyo del BCE flaquearía.

Xavier Vidal-Folch

Ha llovido mucho desde que la banca catalana aspiraba a ser la banca catalana. ¿Catalana? Sí, en tanto que la sede, los jefes, el pasivo (depósitos) y el activo (las inversiones, los créditos) fueran prioritariamente autóctonos.

Hasta hace poco, podían aspirar las cajas. Se esfumaron. Hace algo más, el Banc de Barcelona, el Banc de Catalunya, el Hispano-Colonial, esas herencias que con agridulce nostalgia retrató Francesc Cabana (Història del Banc de Barcelona, Bancs i banquers a Catalunya, Edicions 62).

Pero desde entonces se ha estructurado un mercado español más completo. Se ha erigido un mercado interior europeo. Y la globalización ha consagrado la libertad de circulación de capitales, y a su compás, algunos gigantes continentales. Claro que en Cataluña seguimos pensando según los paradigmas de hace un siglo, o de algunos decenios: cuando se discutía sobre la aptitud financiera de los catalanes, de la mano de Carles Pi i Sunyer o de Jacint Ros y Antoni Montserrat.

Entrañable, pero desfasado.

La gran banca española ya no es española, sino hispano-latinoamericana (BBVA), o hispano británica (Santander). Global. Y la banca catalana es, sobre todo, española. I'm so sorry, datos cantan. El Banc de Sabadell tiene solo un 15% de su negocio en Cataluña, el 85% fuera (80% en el resto de España; 5% en el extranjero: EEUU). Es un banco, sí, de raigambre catalana —y latinoamericana, tras la última ampliación de capital—, pero de operativa española: un 11,4% de los ciudadanos españoles tienen cuentas (no exclusivas) en él; y un 30,5% de las empresas españolas operan con él. El Banco de Sabadell viene del Vallès, donde nació en 1881, pero es sobre todo un gran banco español.

La facturación de CaixaBank (el trasunto bancario de la Caixa) se anota el 40% en Cataluña, y el 60% fuera, sobre todo en el resto de España (marginalmente en las participadas de Austria, China y demás). Veintisiete de cada cien españoles son clientes suyos; el 23,5% de las nóminas de trabajadores españoles se pagan a su través; y el 19,5% de las pensiones.

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La Caja de Pensiones nació en 1904, como entidad al servicio de los trabajadores catalanes, para contrarrestar sus tentaciones hacia la insurrección social. Pero un siglo largo después, CaixaBank es el gran banco minorista español: y con participación también latinoamericana (grupo Carlos Slim).

El sistema bancario catalán se ha transmutado tras el reventón de las cajas. Nadie formalizó su duelo. Nadie repensó el desastre (casi mejor: no sea que Felip Puig u otros premios Nobeles intentasen deletrearlo). Su núcleo duro hoy día es el dueto CaixaBank-Sabadell, flanqueado por las otras grandes entidades españolas, y residualmente, internacionales.

Es lo que hay. ¿Qué puede esperar el sector de la incertidumbre secesionista? ¿Cuál sería su opción racional? ¿Qué pueden esperar los catalanes, si la economía necesita financiación, y esta, bancos? Poco y preocupante.

Dijo el capitán Nemo que, segregados, mantendríamos el euro, o sea, que seguiríamos usándolo pasivamente ¡como Montenegro! Disfrazó que o deberemos pedir el re-ingreso en la UE, o, como sugieren los más avezados escoceses, renegociar un acomodo: algo ¡siempre sujeto al albur de la unanimidad de los 28 socios!

¿Qué supone esto, en la práctica de la banca catalana que cada vez es, por tamaño y rol geoestratégico, menos catalana/parroquial?

Significa que quedar fuera de la UE, y de la unión monetaria, es quedarse en el frío, lo que hará tiritar menos a Isidre Fainé y a Josep Oliu que a sus clientes actuales y potenciales. ¿Es esto cierto o es un cuento para aterrorizar bebés?

El ínclito Jordi Galí aseguraba, en delicia autárquica, (EL PAIS, 12/11/2013) que los bancos de un país segregado y externo a la eurozona podrían seguir financiándose en el BCE “como en la actualidad”. Pues va a ser que no. El portavoz del Bundesbank, Michael Best, recordó hace poco en el CIDOB encabezado hoy por el siempre escrupuloso Carles Gasóliba, que eso sería así, “siempre que los bancos externos a la eurozona tengan filiales en ella”, pero...

Pero se requiere que sean más que sucursales, filiales, con personalidad jurídica. Y el montante de financiación a optar estaría “en función no del volumen de negocio del banco matriz, sino del exhibido por la filial”. O sea, ratifican en Fráncfort, la filial de un banco norteamericano establecida en la eurozona puede pedir financiación (de la semanal iniciada en otoño de 2008; o de la extraordinaria, el billón de euros dispensados mediante la LTRO de final de diciembre de 2011/febrero de 2012) pero solo en proporción a los activos de la filial; y debe aportarlos como colateral (garantía), en más de un 100% del préstamo.

Pero todo esto es peccata minuta. ¿Qué ocurre si el sistema financiero catalán requiere un día de un rescate europeo mayor, como del que ha gozado como subsistema del español?¿Qué habría pasado con los clientes —no solo preferentistas— de las aciagas cajas catalanas de no haberlos auxiliado Europa? ¿Cómo beneficiarnos de la unión bancaria en ciernes, si optamos por el rancho aparte?

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