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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un asteroide incontrolado

Ellos sabrán, pero en nuestra opinión este Molt Honorable gana talla política cuando no habla y menos comparece ante el vecindario

El presidente Alberto Fabra ha sacudido su equipo directivo, que cada día se le parece más a un gineceo, lo que acaso sea su principal mérito. Entre los últimos relevos es destacable, por controvertido, el de Lola Johnson, nueva secretaria autonómica de Comunicación, que, como es sabido, antes fue consejera de Cultura, Turismo y Deporte, un departamento devaluado y subalterno desde que lo gestiona el PP, y fue asimismo directora de RTVV, donde practicó la función censora con tanta o mayor abnegación que sus predecesores en el cargo. Su cometido en esta ocasión, según la apreciación de los enterados de las entretelas del Consell, será acentuar la política que se viene desarrollando en esta parcela mediática y que se puede resumir en un viejo lema: todo el poder y fama para el jefe, que nadie le haga sombra. Ellos sabrán, pero en nuestra opinión este Molt Honorable gana talla política cuando no habla y menos comparece ante el vecindario.

Sea o no cabal la referida interpretación, lo bien cierto es que el presidente y su entorno íntimo no tenían muchas opciones donde elegir. En términos futbolísticos, no tienen equipo, ni banquillo, ni cantera. Incluso el conjunto de los consejeros —excepción hecha del vicepresidente José Ciscar, con muchos años en el pescante de la política— es un elenco de personajes anónimos y pobremente dotados para llevar a cabo la difícil misión de ponerle nimbo de triunfador a quien ya empieza a exhibir los estigmas de político amortizado. Este es un periodo crepuscular para la derecha gobernante en el País Valenciano y requiere de personajes que no se arredren si hay que mutilar la democracia —como tiene demostrado la citada jefa de Comunicación— ni tampoco ante las horas bajas por las que transita el PP. Tal sería el caso de ese asteroide descontrolado y arrollador que es Alfonso Rus, presidente de la Diputación de Valencia y alcalde de Xàtiva que se relame con el disfrute del poder y aspira a las más altas cumbres.

Si lo evocamos es porque estos días se ha convertido en protagonista y hasta hay quien lo prefigura como titular de la Generalitat. Confiamos en que el Señor se apiade de nosotros, sus adversarios. Pero de abocarnos a ese trance siempre podrían consolarnos los atributos positivos del personaje: se le entiende cuanto dice, dice lo que piensa y aun a veces sin pensarlo, no es un memo, ni un lelo como algunos de los insignes que han transitado por esa poltrona, sabe gestionar sin despilfarros las corporaciones que preside, es un triunfador en los negocios privados y parece tener el cuajo necesario para plantarle cara a Madrid y exigirle ese raro tesoro que es la denominada “deuda histórica”. Todo eso y su aptitud para enardecer al electorado menos reflexivo abonan sus dotes de candidato.

Lo malo es que su itinerario político está nutrido de disparates y agravios administrados sin recato contra todo aquel individuo o colectivo que discrepa o le combate. En ocasiones su desahogo y vileza han alcanzado cotas dignas de la más exquisita grollería indígena, sobre todo cuando su cerbatana apunta al apaleado catalanismo. Alguien, ingenioso, lo motejó de Bel-Rus-Coni, lo que a todas luces es excesivo. El italiano es más peligroso, le saca dos palmos y aguanta un debate parlamentario, por no hablar de qué hacen en su tiempo libre.

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