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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La toxina de la miseria

El perfil de la familia Caño se ajusta como un guante al de tantas otras que están al borde de la exclusión social

La toxina que mató a Enrique, a su mujer Concepción y a su hija adolescente Tamara tiene un nombre: miseria. No hace falta esperar al resultado de la autopsia.

El Instituto Nacional de Toxicología le pondrá un nombre científico. Pero los vecinos de Enrique, doctorados en marginalidad y pobreza, emitieron su veredicto a las pocas horas de su fallecimiento: “Por pobreza ha muerto esta familia; por vivir en la miseria”, gritaron a las puertas del Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra.

El perfil de la familia Caño se ajusta como un guante al de tantas otras que están al borde de la exclusión social. Pocos días antes de su fallecimiento, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (APDH-A) presentaba su informe anual en Sevilla. Uno de sus portavoces, Pablo Fernández, lo resumía así: “Para caer en la exclusión social, sólo hace falta perder el trabajo, el paro o la ayuda de 400 euros; esa falta de ingresos, en uno o dos años, lleva a tener problemas para mantener la vivienda, los recursos básicos y la manutención”.

Y te encuentras tirado en la calle.

Algo parecido le pasó a Enrique Caño. Fontanero de profesión, llegó a tener una pequeña empresa. Se la llevó la crisis. Agotó el subsidio de paro. Su piso fue embargado. Intentaba salir adelante recogiendo cartón, plásticos y ropa vieja por las calles del pueblo.

Ahora percibía 426 euros de la renta activa de inserción. Cantidad insuficiente para cubrir las necesidades de su familia, esposa, también en paro, y dos hijas adolescentes. Los servicios sociales del municipio y alguna ONG le ayudaron a pagar los recibos de la luz, del agua; le dieron algún dinero para comprar alimentos. Había solicitado el salario social (entre 400 y 660 euros, según los casos) que da la Junta a las familias que no reciben ningún otro ingreso. Esperaba poder cobrarlo a partir de marzo.

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Pero llegó la fatídica noche del sábado 14 de diciembre. La familia cenó. Habían comprado comida en el súper. A media noche, algo reventó en las entrañas de Enrique, Concepción y Tamara. Los servicios de urgencia nada pudieron hacer por ellos.

En su momento, las autoridades médicas dictaminarán qué ocurrió tras aquella cena. Pero su muerte pone encima de la mesa el drama que millones de familias, como la de los Caño, viven en este país. El 21% de los andaluces está en “pobreza relativa", a las puertas de la exclusión social, según la APDH-A. La “pobreza severa” se ha duplicado con la crisis. En esa situación hay 312.000 andaluces.

En contra de lo que sostiene Rajoy de que no hay datos sobre la desigualdad, Caritas lo desmiente. Mientras en España crece un 13% el número de ricos en el último año, desde que comenzó la crisis en 2007 se ha duplicado el de españoles que viven en pobreza extrema: tres millones, el 6,4% de la población.

Como las luces navideñas, Rajoy y sus ministros lanzan falsos destellos de prosperidad.

La política suicida de recortes llevada a cabo por el Gobierno de derechas de Rajoy, en palabras del coordinador de IU Andalucía, Antonio Maíllo, está llevando la ruina a millones de hogares. Los datos se amontonan, para desvergüenza del presidente.

Uno calentito. El Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA) acaba de publicar los primeros datos de su Encuesta de Condiciones de Vida: tres de cada cuatro andaluces tienen dificultades para llegar a fin de mes. Uno de cada diez hogares no ha podido pagar algún recibo básico: la hipoteca, la luz, el gas o el agua. Como la familia Caño.

La socióloga del Instituto de Estudios Sociales de Andalucía (IESA) Isabel García concluye, a la vista de esos datos, que “lo peor es que hay muchos más pobres, que todos somos más pobres y que el riesgo de exclusión social es brutal”.

La toxina llamada miseria acecha.

@JRomanOrozco

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