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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los lectores que faltan

Es incierto afirmar que a más soberanismo más lectores agrega la literatura en lengua catalana. Podría ser más bien al contrario. Joan Sales se preguntaba a finales de los años cincuenta cuál era la perspectiva para un escritor al no ser leído más que por los 3.000 beneméritos que compraban libros catalanes. Perspectiva, ninguna: I quin interès pot tenir una literatura fins a tal punt resclosa dins un ambient tan esquifit? Desafortunadamente, la pregunta sigue en curso. Que los escritores no tengan lectores siempre ha sido un riesgo del oficio; pero que una literatura no tenga público es algo serio. Como editor, Sales fundó El club dels novel·listes porque sabía que, de no crearse lectores, una literatura es inane. Lo mismo pensó Josep Ma Cruzet al fundar Selecta. También el tándem Vergés-Teixidor en Destino. Lara aportó el premio Ramon Llull.

“A la crisis específica del mundo editorial se añade una mayor incertidumbre sobre la existencia de un núcleo suficiente de lectores, aparte de que el diagnóstico crítico de la literatura catalana actual no sea para la exultación”. (Quien esto firma es miembro del CONCA y estas consideraciones son de orden personal). Tras años de postular la literatura como escaparate de las glorias del nacionalismo, el tacto de la realidad se ha concretado en llanto y crujir de dientes. Del papel al digital, la zozobra editorial aumenta. A esta nueva cita se llega ya demasiado tarde porque ¿hasta qué punto la realidad digital fracciona la expresión discursiva o trunca las secuencias de la literatura? ¿Hiper-conexión o pasividad digital?

Quien escriba en catalán lo hará mejor o peor, pero desde luego no será más escritor por ser nacionalista

Con tanta promoción de la literatura catalana en el extranjero se olvida a menudo que lo primordial sería que tuviera más lectores en Cataluña. Que la promoción exterior a veces sea discriminatoria no es tan importante como que no se estén incorporando nuevos lectores de forma significativa, a pesar de las décadas de inmersión lingüística. El mito de un premio Nobel catalán sigue vigente a pesar de ser obvio que, en casos de autores de lenguas minoritarias galardonados por la Academia Sueca, su literatura no ingresó de repente en el panorama literario mundial. Viene a ser lo mismo que construir grandes teatros sin contar con nuevos autores. Hubo unos años de megalomanía que Joan Sales criticaba con severidad. Fueron los años de los grandes grupos editoriales —uno convergente y otro socialista—, de la edición en vida del autor de obras completas que fueron incompletas, de todavía dar por hecho que todo era bueno porque estaba escrito en catalán, de cuantiosos adelantos de derechos de autor que las editoriales nunca han recuperado. Se fue desestimando la opción del mercado interior español —la traducción de la literatura catalana al castellano— porque la prioridad era promocionarse directamente en el ancho mundo, en un momento en que las grandes editoriales europeas ya ni tan siquiera tenían lectores fijos para seguir la literatura española del momento. Y luego llegaron los desembarcos de apoteosis en la feria de Frankfurt. En fin, se quiso dejar de lado que las dimensiones de la cultura catalana son las que son y que para afirmarse lo fundamental es la calidad y el prestigio.

Toda sociedad civil se define porque construye sus opiniones, lee y reflexiona.

En una carta a Josep Pla, Joan Teixidor advertía de la falta de un coixí social que permitiese una relación más natural entre el autor y sus lectores. Con el pujolismo la creación de un coixí social se dio por hecha, fue arrumbada como tarea de artesanos porque se aspiraba a una industria editorial en catalán equiparable —quién sabe cómo— a la alemana. Triunfó la auto-satisfacción cultural. Ahora la crisis deja al descubierto todos aquellos errores de estrategia editorial, la inexactitud al calcular el potencial y alcance de la literatura en catalán y el desacierto de primar cantidad sobre calidad.

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A cada uno sus preferencias y fidelidades. Sales sostenía que ningún escritor está obligado a escribir en una lengua que los mismos que la hablan son los primeros en no querer leer. Se habla mucho de sociedad civil catalana, pero toda sociedad civil se define porque construye sus opiniones, lee y reflexiona. De nuevo, el coixí social. En el momento en que la edición entra en la dimensión desconocida, más falta hace un público lector de clases medias, de clases profesionales ilustradas, de jóvenes seducidos por los libros. En este caso, identificar literatura con nacionalismo contribuye a limitar el potencial de lectores. Quien escriba en catalán lo hará mejor o peor, pero desde luego no será más escritor por ser nacionalista. De nuevo, Joan Sales: Procurem escriure en català, no en catalanista. En tiempos de enormes dificultades, trágicas, Cruzet recuperó lectores de la preguerra y creó nuevos lectores con Selecta. Los libros son hijos de la soledad —ya dijo Proust— pero las literaturas requieren de un tejido social como vínculo entre autores y más lectores. Joan Sales también decía que els catalans estimen la literatura catalana... quan és bona. Ese tren necesita más puntualidad.

Valentí Puig es escritor

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