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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Victoria pírrica

A ver si lo entiendo, que no es fácil. El PSC dice estar a favor del ‘derecho a decidir’ de los catalanes, siempre que se substancie a través de una consulta legal y pactada con Madrid. Sin embargo, cuando el Parlamento de Cataluña prepara una petición rigurosamente legal para que, aplicando el artículo 150.2 de la Constitución, el Estado transfiera o delegue a la Generalitat la competencia para convocar consultas o referendos, el máximo órgano entre congresos del PSC acuerda solemnemente que votará en contra, y lo argumenta en que no hay un pacto previo con el Gobierno central.

En efecto, no lo hay; y puesto que todo el mundo sabe que, con el Ejecutivo de Rajoy, ese pacto resulta inimaginable, la conclusión del silogismo es meridiana: el PSC está en contra del ‘derecho a decidir’. Y punto pelota. Tal es la satisfecha lectura que, de lo ocurrido el pasado domingo, hace la dirección del PSOE: nunca una ovación como la que emocionó a Pere Navarro en la reciente Conferencia Política socialista había sido tan balsámica ni tan rentable. Aquellos que, como Alfonso Guerra, reclamaban hasta hace bien poco una Federación Catalana del PSOE, estarán de enhorabuena: ya la tienen; si no de nombre, de hechos.

Ahora bien, si el acuerdo dominical del Consejo Nacional del PSC pacIfica y estabiliza —por vía de sumisión— las relaciones con el PSOE, en cambio no resuelve en absoluto los gravísimos problemas de identidad política del Partit dels Socialistes de Catalunya en esta nueva etapa histórica.

Aquellos que, como Alfonso Guerra, reclamaban hasta hace bien poco una Federación Catalana del PSOE, estarán de enhorabuena

De un lado, está por ver que el rotundo 87% de apoyo a la dirección registrado en el Consejo Nacional se corresponda con el sentir de la militancia. Incluso en horas bajas, todavía es muy grande el peso del aparato nicaragüense y de los cuadros funcionariales aferrados a los municipios que el partido sigue gobernando (L'Hospitalet, Santa Coloma, Terrassa, Sabadell, Cornellà, Montcada i Reixac, Sant Adrià...). Entre las bases y los antiguos cuadros hoy sin ataduras orgánicas, sobre todo fuera del ámbito metropolitano, lo que prevalece es el "voto con los pies", las incesantes bajas voluntarias, de las que solo algunos casos (el expresidente de la Diputación de Barcelona, Antoni Dalmau, la exalcaldesa de Roses, Magda Casamitjana...) trascienden a los medios.

Por otra parte, y aunque quizá nadie haya reparado en ello, el acuerdo del domingo supone pasarse por el forro el programa electoral con el que Pere Navarro concurrió a los comicios catalanes, hace ahora un año: “Nos comprometemos a promover las reformas necesarias para que los ciudadanos y las ciudadanas de Cataluña puedan ejercer su derecho a decidir a través de un referéndum o consulta acordado en el marco de la legalidad” (L'alternativa sensata, pág. 10). “Acordado en el marco de la legalidad” —sin especificar ni siquiera cuál—, no sujeto a la buena voluntad de Mariano Rajoy y del Partido Popular... ¿Cuántos de los 524.707 votos que el PSC recibió entonces estaban motivados por ese compromiso? No lo sé, pero los que fueren tienen motivos para sentirse hoy víctimas de un fraude.

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Un ejemplo de la desorientación estratégica de la actual cúpula del PSC surgió el pasado día 12 de las páginas de EL PAÍS, donde el líder de Ciutadans, Albert Rivera, aseguraba con pose presidencial que “en Cataluña no queda más vía que un pacto entre Ciutadans, PSC y PP”; un pacto —se sobreentendía— encabezado por él mismo, “con apoyos de estabilidad parlamentaria” de socialistas y populares, “un Gobierno estable de partidos leales a la Constitución”.

La dirección del PSC apuesta por un partido compacto y monocorde, aun al precio de convertirse en partido menguante

Pues bien, diez días después, ninguno de los portavoces del PSC (Maurici Lucena, Jaume Collboni, el mismo Pere Navarro...), tan locuaces y raudos en descalificar cualquier anécdota soberanista, ninguno ha abierto la boca para rechazar aquella hipótesis, para dejar claro que su partido jamás formará parte de un frente españolista. ¿Debemos interpretar que quien calla otorga? Como quiera que sea, desde el pasado domingo el PSC (la sigla del “si tu no hi vas, ells tornen”) está más cerca de la estrategia del PP que nunca antes en 35 años de historia.

Así las cosas, el riesgo de un cisma socialista puede describirse en los siguientes términos: los críticos o catalanistas, que se sienten con razón tan propietarios morales del partido como el que más (¿el PSC habría gobernado Girona tres décadas sin Quim Nadal, habría conservado la alcaldía de Lleida en 2011 sin Àngel Ros...?), no piensan renunciar a él y quieren, en el peor de los casos, que les echen, para así aparecer como víctimas del autoritarismo del aparato. Este, por su parte, trata de disciplinarles y silenciarles, con la evidente esperanza de que se hastíen y se marchen, y así poder descalificarlos como un puñado de díscolos y tránsfugas. ¿Quién hará el primer movimiento?

La dirección, en todo caso, apuesta por un partido compacto y monocorde, aun al precio de un partido menguante y cuartelero, con capitanes y soldados. Pero Navarro, Balmón y compañía deberían saber que la autoridad, cuando se tiene de verdad, no es preciso ejercerla; y cuando hay que ejercerla aparatosamente, es que no se tiene.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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