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crítica | danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Unos bailes profanos para grandes temas sacros

En 'Anunciación' es como si el coreógrafo no acabara de creer la concepción de la paloma

En Anunciación es como si el coreógrafo no se acabara de creer el rollo de la concepción por obra de la paloma. Lo primero que hace es cambiarle la apariencia al arcángel Gabriel, siempre iconográficamente masculino (como ya aparece en las catacumbas de Priscila, Roma). Un comentario de Juan Leal al Magnificat (del que sí hay al menos dos prestigiosos precedentes en ballet con John Neumeier y Heinz Spoerli sobre Bach) puede ser útil cuando expresa que se trata de la exposición de la psicología interior de María: “Estamos justamente en el puente”.

Anunciación/ La consagración de la primavera

Coreografías de Angelin Preljocaj. "Anunciación": música: Stéphane Roy, A. Vivaldi. "La consagración…": música: I. Stravinski; escenografía: Thierry Leproust; luces: Marion Hewlett; vestuario: Eric Bergère. Teatros del Canal. Hasta el 16 de noviembre.

Preljocaj elabora un dúo entre dos mujeres, y si se quiere, ante tal extrapolación o casi abstracción, puede ser también Isabel, según el relato evangélico de Lucas, pero apoyándose en el Magnificat vivaldiano y en música actual. Esta obra es más coherente que su versión de La consagración..., música que surge, como inspiración, a través de un sueño del compositor, que lo relató así: “La idea de La consagración de la primavera se me ocurrió mientras estaba componiendo El pájaro de fuego. Había soñado una escena de un ritual pagano en el que una virgen sacrificial bailaba hasta morir”.

Con esta expresión de Stravinski entra en escena un concepto de Joseph Campbell: si las imágenes oníricas son una metáfora de la psique del soñador, la mitología es la expresión simbólica de la sociedad y la cultura a la que el soñador pertenece.

La versión de Preljocaj, con algo de barullo, mejora hacia el final y existe porque fue un encargo de la Staatsoper de Berlín en 2001 (empeño de Daniel Barenboim); es una coreografía de nuestra época, como si así se verifica que cada tiempo tiene las obras escénicas que se merece. Con toda probabilidad la potencia interior y viva de esa música lo permite y se cumple así aquello de una perpetua renovación estacional.

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