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La dificultad de la memoria de un pasado violento

Más de una docena de personalidades reflexionan sobre la complicación de armar un relato conjunto en Euskadi

Javier Rivas
La corporación de San Sebastián, salvo el PP, ayer en un homenaje a todas las víctimas
La corporación de San Sebastián, salvo el PP, ayer en un homenaje a todas las víctimasJAVIER HERNÁNDEZ

Hace hoy tres años Euskadi celebraba su primer Día de la Memoria. La intención era homenajear a las víctimas del terrorismo en la única jornada del calendario sin ningún atentado. Desde entonces, diferencias políticas de distinto orden y calado, incluso sobre a quién se debería recordar, han hecho imposible, año tras año, dar una imagen de unidad y consenso. En medio de la división, las convocatorias institucionales y partidarias se multiplican como en una cacofonía. Más allá de la fecha de hoy, ¿qué razones dificultan que Euskadi arme una memoria conjunta y aceptable por todos sobre su pasado inmediato? EL PAÍS ha trasladado esta pregunta a más de una docena de personalidades y especialistas de diversos ámbitos. Sus respuestas dibujan el complejo panorama del recuerdo y el relato de un país que vivió décadas marcado por la violencia, el camino que queda por recorrer y las diferentes responsabilidades.

Juan Luis Ibarra, presidente del Tribunal Superior, considera que “el desacuerdo entre instituciones sobre el relato de un pasado atravesado por la violencia terrorista refleja que una parte significativa de nuestra sociedad respalda a formaciones políticas que les prometen ‘un diploma en la universidad del olvido”. En su opinión, se debe trabajar para “conseguir que esa parte de la sociedad comprenda que no habrá verdad sobre nuestro pasado inmediato sin memoria de la verdad. El Día de la Memoria expresa ese compromiso de verdad y de justicia entre los supervivientes y las víctimas de la barbarie terrorista.Para convivir como ciudadanos libres necesitamos convertir la memoria de la verdad en un testimonio escrito socialmente compartido que mostremos, con dignidad, a nuestros nietos. Nos corresponde a las instituciones, también al Poder Judicial, promover el esfuerzo necesario para hacer realidad este reto”. Nos corresponde a las instituciones, también al poder judicial, promover el esfuerzo necesario para hacer realidad este reto.

Un dia para la

El ararteko, Iñigo Lamarca, opina que “las víctimas de la vil y terrible violencia terrorista de ETA, así como las de otros grupos, merecen el pleno reconocimiento de sus derechos, recogidos en la ley”. Recuerda que también el Parlamento aprobó por una amplísima mayoría en marzo de 2011 la proposición no de ley sobre víctimas de sufrimientos injustos como consecuencia de violaciones de derechos humanos, en un contexto de violencia de motivación política. “Construir una memoria conjunta relativa a las víctimas de las brutales violaciones de derechos humanos de las últimas décadas, memoria que debe basarse en la verdad, la justicia, la reparación y el reconocimiento es una tarea difícil, sin lugar a dudas, pero posible, deseable y necesaria”, añade. “El mayor riesgo en materia de memoria histórica consiste en querer construir la historia del pasado desde los intereses del presente y eso es lo que suelen hacer los políticos”, asevera el forense Francisco Etxeberria.

“Por eso se comprende que no sea sencillo ponerse de acuerdo”. Considera que la politización de este asunto “es necesaria, pero hay unos límites. En el País Vasco, va a resultar complicado hacer comprender que, aunque las víctimas son diferentes en su origen, se igualan desde el momento en que se convierten en víctimas debido a que tienen los mismos derechos: verdad, justicia y reparación. Y en esto existe otra desigualdad que les diferencia: a algunas les falta el reconocimiento social y a otras, el reconocimiento institucional. Las víctimas tienen derecho a la memoria y la sociedad tiene el deber de memoria”. El pasado de violencia late en buena parte de la obra narrativa de Ramón Saizarbitoria, último Premio Euskadi de Literatura en Euskera. “Entiendo que hay personas a quienes les resulta muy difícil reconocer, incluso ante la evidencia, que aquello a lo que se entregaron , defendierono justificaron a costa, a veces, de enormes sacrificios, solo ha servido para causar dolor y muerte”, responde.

Ayudaría reconocer los horrores de Intxaurrondo
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“En cuanto a quienes negocian el relato, supongo que les producen vértigo las imprevisibles consecuencias políticas que se derivarían del reconocimiento de su error. Con todo, vamos avanzando en la elaboración de ese relato asumible por la mayoría. Ayudaría mucho que se reconociesen los excesos legales y ciertas prácticas, como los horrores de Intxaurrondo, sin que tuvieran que venir de Europa a señalarlo”, apostilla. “También estoy convencido de que la literatura tiene mucho que hacer en este tema, pero me llevaría mucho tiempo decir por qué”. Para Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la UPV, construir la futura convivencia democrática se enfrenta a dos grandes dificultades: “La más importante es la rotunda negativa de la izquierda abertzale a reconocer su protagonismo determinante en la barbarie que ha supuesto el terrorismo de ETA, renunciando a justificar políticamente el asesinato, la extorsión y la imposición violenta sobre los demás.

El segundo es el reconocimiento de la terrible injusticia sufrida por las víctimas, entre las que también se encuentran las ocasionadas por los actos de terrorismo vinculados al aparato del Estado”. Afirma López Basaguren que “el sistema democrático y la sociedad, en general, han dado pasos significativamente importantes, pero quienes han estado, de una u otra forma. vinculados políticamente a ETA siguen inmóviles en lo fundamental”. Su colega Juan José Álvarez, catedrático de Derecho Internacional en la universidad pública, ve “difícil que haya una memoria única cuando hablamos de víctimas, lo comprobamos cada día. Todavía vivimos demasiado en trincheras. No hay un acto de afecto que empieza por cada uno”. “Algo tan elemental como reconocer que la violencia terrorista y los infames episodios de violencia del Estado, sin caer en la equidistancia, no son consecuencia de un conflicto político, sino su perversión.

Las heridas están

Si no estamos de acuerdo en ese diagnóstico prepolítico, es difícil que haya una memoria única”, agrega. “Todos tenemos que hacer un camino hacia la convivencia, pero no todos tenemos que hacer el mismo recorrido”, dice. “Nunca vamos a poder tener una memoria única compartida, pero lo que tiene que haber es una memoria crítica con el pasado, encontrando un mínimo común denominador”. Juan Calparsoro, fiscal superior vasco, llama la atención sobre “la ausencia de unos valores comunes” que puedan compartir todos los partidos. “Echo de menos un esfuerzo mayor de todos para buscar y encontrar unos valores éticos compartidos que permitan a los ciudadanos visualizar un compromiso claro y seguro de sus representantes por la justicia, la libertad y la paz, valores que se deben asentar en una memoria de la violencia injusta fundamentalmente de las víctimas del terrorismo de ETA, el más grave y prolongado en el tiempo, pero también del GAL y del resto de actos de violencia política sufridos en este país”, concluye.

Ha habido gente que pretendía alzarse contra la mayoría

José María Guibert, rector de la Universidad de Deusto, reflexiona así: “Una memoria es un ejercicio intelectual. Es como el diálogo entre religiones distintas, con las mismas dificultades. Primero ha de haber convivencia y buena educación y vecindad entre nosotros como ciudadanos. Luego se pueden compartir dolores, sufrimientos humanos y heridas psicológicas. Luego se puede hablar de las diferencias de visión como país. Y, por último, construir un discurso compartido a modo de memoria. Si no se dan las primeras fases, compartir la vida, la acción y la experiencia, lo último se construye en vacío”. “Una ‘memoria conjunta y aceptable por todos sobre su pasado inmediato’ se me antoja impensable en lo inmediato”, apunta Javier Elzo, catedrático emérito de Sociología de Deusto.

En su opinión, “salvo excepciones encomiables, aunque minoritarias —el proceso Nanclares, los encuentros de victimarios y víctimas, la experiencia de Glencree— las heridas están todavía a flor de piel, sin que falten las políticamente utilizadas”. “Quizás podamos aspirar, con el paso del tiempo, a una ‘memoria compartida’, en la que seamos capaces de escuchar los relatos de los ‘otros’, y compartir así su dolor. Pero sueño con la ‘memoria obligada’, que también puede decirse ‘deber de memoria”, prosigue. “Ricoeur entiende como deber de memoria ‘el deber de hacer justicia, por el recuerdo, de otro que sí mismo’. Pero eso exige apostar por la labor de reconciliación, término, que no tiene buena prensa entre nosotros”. Finalmente, Emilio Guevara, ex diputado general alavés y secretario general de la Fundación Fernando Buesa, cree que “hay un sector de la población vasca que no comparte los valores más esenciales de toda democracia, los valores éticos más elementales.

Es muy difícil en un momento determinado ponerse de acuerdo con un sector que aún no reconoce que durante más de 40 años en Euskadi se han estado vulnerando los derechos fundamentales de la persona y no se quiera reconocer. Es muy difícil establecer un relato que pueda ser compartido”. “Ha habido una especie de perversión, en muchos aspectos aún latente, y tendrá que pasar mucho tiempo hasta que se haga una revisión del pasado y se reconozca que durante muchos años la voluntad mayoritaria de Euskadi, que se manifestaba en las elecciones y en la vida normal, se detuvo coaccionada. Mientras no se reconozca que aquí ha habido gente que ha pretendido alzarse contra la voluntad mayoritaria como una especie de sedición evidente será muy difícil que haya una memoria compartida”.

El "bálsamo del respeto"

La iniciativa Glencree reunió en secreto entre 2007 y 2012 a un grupo de víctimas de ETA, los GAL, la ultraderecha y los excesos de las Fuerzas de Seguridad para avanzar hacia la convivencia. Uno de sus coordinadores fue el médico Carlos Martín Beristain, para quien durante muchos años “la memoria ha sido un instrumento de uso político y debe dejar de ser utilizada políticamente. Debe basarse en una cultura de derechos humanos, lo que significa que tiene que haber un reconocimiento plural del sufrimiento y una empatía hacia las diferentes víctimas de diferentes perpetradores”. A su entender, ello no debe ser visto como “poner en cuestión los propios planteamientos políticos”. “Tiene que haber una base común de reconocimiento de las diferentes víctimas para que no se haga un uso político ni en términos de la medición del dolor ni en términos de ningunear el dolor del otro.

Las heridas se curan con el bálsamo del respeto, sin el cual no va a haber una memoria compartida”, concluye. Para el ex rector de la UPV Manuel Montero “no hay una memoria compartida porque no hay una imagen compartida. Es la pelea por la interpretación. Si no hay una visión conjunta de lo que sucedió es muy difícil que exista un recuerdo común. Tenemos un montón de versiones radicalmente contradictorias. A partir de ahí la disparidad parece inevitable, desgraciadamente, en tanto no quede claro que aquello fue un acoso terrorista a la democracia y no otra cosa”. “La memoria, al igual que los relatos, no es una sola”, opina María Silvestre, profesora de Sociología de Deusto y exdirectora de Emakunde. “La suma de los recuerdos no construye la memoria compartida. El reto está en ser capaces de legar unos relatos que ayuden a conformar una memoria colectiva que no traicione la esencia de lo acontecido”, apostilla.

Pedro José Chacón, profesor de Historia del Pensamiento Político de la UPV, reprocha a la izquierda abertzale no aceptar que “el terrorismo de ETA ha sido la causa principal de todas las violencias que ha padecido Euskadi en democracia. Incluir la dictadura de Franco como causa de la violencia de ETA es romper deliberadamente las reglas de juego del proceso constituyente. de 1978, con la Ley de Amnistía previa de 1977, cuyo objetivo fue despejar el horizonte democrático en el País Vasco y en España.ETA se saltó ese consenso e ignoró el pacto constituyente y es responsable única de todas las violencias posteriores”. Y remata: “Lo que se denomina violencia del Estado en el ejercicio de sus legítimas funciones de represión del terrorismo, caso de torturas y excesos policiales,debe analizarse y denunciarse si fuera preciso, pero de un modo completamente distinto al desafío terrorista, sin paralelo desde ningún punto de vista”.

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Sobre la firma

Javier Rivas
Forma parte del equipo de Opinión, tras ser Redactor Jefe de la Unidad de Edición y responsable de Cierre. Ha desarrollado toda su carrera profesional en EL PAÍS, donde ha trabajado en las secciones de Nacional y Mesa de Cierre y en las delegaciones de Andalucía y País Vasco.

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