_
_
_
_
_
CLÁSICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Va de visionarios

Evgeny Kissin ofrece un recital antológico en el Auditorio Nacional con obras de Schubert y Scriabin

El pianista ruso Evgeni Kissin comenzó a tocar de oído a los dos años, ingresó en una escuela de niños prodigio a los seis, a los 11 ofreció su primer recital en Moscú y a los 16 actuó con Karajan y la Filarmónica de Berlín en un Concierto de Año Nuevo. Dos meses después el visionario Alfonso Aijón lo presentaba en Madrid. Desde entonces ha sido, de alguna manera, el pianista de Ibermúsica. En la temporada pasada fue el suyo uno de los dos conciertos que puso de inmediato el cartel de “no hay localidades” al lado de uno de los de la Filarmónica de Berlín con Rattle. Para la próxima temporada, tranquilícense, ya está contratado. El concierto de ayer concentró a sus incondicionales y a los que siempre intuyen los acontecimientos. Se presentaba además con un programa en el que toda la segunda parte estaba dedicada al visionario Scriabin. Se mascaba en el ambiente la expectación.

Kissin tiene ya 42 años y posee una técnica excepcional. No ha perdido, con el paso del tiempo, ni una miajita de sus fabulosas facultades. Al contrario. Asombra de él su concentración, sus desarrollos sin la más mínima caída de tensión. La sonata num. 17 de Schubert es, en su planteamiento, totalmente diferente a lo que se suele escuchar. Destacan su vitalidad, su energía, su interiorización. Su sonido posee una acusada modernidad. Es hasta cierto punto un Schubert transgresor. Se podría decir que es visionaria.

Ekvgeny Kissin

Obras de Schubert: Sonata D 850, y Scriabin: Sonata op19 y Estudios para piano, op. 8. Ibermusica. Auditorio Nacional, 4 de noviembre.

El mayor asombro vino, no obstante, con la sonata y los estudios de Scriabin. No se puede tocar mejor el piano. Tal vez por ello las obras juveniles para piano del compositor del Poema del éxtasis sonaron como una revelación. Les contaré una anécdota. El pasado verano conocí a un cocinero visionario, Stefan Wiesner, cuyo restaurante en la pequeña aldea de Escholzmatt, en pleno territorio clasificado como reserva natural de la UNESCO, entre Lucerna y Berna, ha sido distinguido con una estrella michelín. Wiesner, que sorprendió en la última edición de Madrid Fusión, hace una cocina basada en la naturaleza. Al enterarse de que yo me dedicaba a la música me reveló su gran secreto. ¿Saben en quién se apoya para la elaboración de muchas de sus creaciones? Pues nada menos que en Scriabin. El acorde místico del compositor es una de sus fuentes de inspiración, y así me fue mostrando diferentes dibujos en que se superponían la composición de sus platos con las particularidades de las notas musicales. Asombroso. Les aseguro que no se me había subido el vino a la cabeza. Espero que Kissin, que inaugura el 16 de noviembre el próximo Festival de piano de Lucerna, tenga la oportunidad de conocer a un cocinero al que le une la pasión por Scriabin.

En las propinas madrileñas Kissin se enfrentó con una maestría seductora al Siciliano de una sonata para flauta de Bach, arreglada por Wilhelm Kempff, siguió cautivando con un estudio más de Scriabin y alcanzó la apoteosis con un Chopin de los que cortan la respiración. El público reaccionó con un entusiasmo que solamente dedica en contadas ocasiones a las grandes orquestas. No era menos. El recital de Kissin fue sencillamente antológico. Propio de un visionario de la interpretación musical.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_