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Noche de contrastes en la Sinfónica

Leonard Slatkin ha mostrado su brillantez en la dirección de la orquesta

La Orquesta Sinfónica de Galicia celebró con gran éxito su concierto de abono de los viernes en el Palacio de la Ópera, con un programa de temática muy contrastada: música estadounidense en la primera parte, con tres desenfadadas obras de Bernstein y Gershwin, y la siempre escalofriante Sinfonía nº 11, “El año 1905”, de Shostakóvich.

La obertura de Candide, de Bernstein, ha venido siendo obra habitual en giras de la Sinfónica y ha sido ejecutada en muchos conciertos coruñeses previos a estas. En muy pocas ocasiones habrá sonado con la frescura y flexibilidad de ritmo con que lo hizo el viernes a las órdenes de Leonard Slatkin (Los Ángeles, California, 1944). Un preludio idóneo a la actuación de Michel Camilo.

Este, como ya sucedió en su concierto en solitario del miércoles dentro del ciclo Jazzatlántica, mostró sus prodigiosas facultades, poderío sonoro, inacabable pulsión rítmica y esa especie de toque mágico de swing en su interpretación de las Variaciones I got ryhmh y la Rhapsody in blue de Gershwin. Al retirar el piano parece que fue necesario limpiar unas gotas de sangre de su teclado. Preguntado por ello tras el concierto, el maestro dominicano respondió: “El piano ha sufrido mucho más”. Genio y figura.

En la segunda parte, Slatkin brindó al público coruñés el siempre espeluznante contraste de un Shostakóvich en estado puro. Toda la dramática crudeza de su Sinfonía nº 11 sonó y dolió en el Palacio de la Ópera. Impresionó la suspensión sonora en la presentación de su primer movimiento, Plaza del Palacio de Invierno.

La interpretación de Slatkin y la OSG fue la visión músical de un amanecer de hielo y amenaza. El sonido cortante de unas cuerdas como sables solo halló auxiliio en el sonido casi balsámico de la celesta de Ludmila Orlova. El resto, la desolación, tragedia y dolor cabalmente esperables en la audición de esta obra.

En la Sinfónica, las cuerdas con su mayor y mejor versatilidad, la brillantez y buen control de las trompas, la idoneidad de las maderas y la necesaria contundencia de metales y percusión. Y manejando todo, un gran director en un brillante concierto tras una agradable semana de trabajo: el justo y necesario para permitir que los excelentes músicos que ha tenido a sus órdenes expresen toda la música que llevan dentro y la mucha contenida en la difícil partitura de Shostakóvich; nada más. Y nada menos.

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