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Berberechos a la ceniza

Las primeras lluvias torrenciales sepultan con una capa letal de “chapapote de monte” La zona es banco marisquero situado a los pies del Olimpo Celta que ardió este verano

La zona afectada por la ceniza
La zona afectada por la ceniza ÓSCAR CORRAL

El que nace en O Pindo aprende a orientarse por las piedras casi al tiempo que a caminar o a comer por su mano. Aquí todo lo marcan las rocas. Arriba, en A Moa, a 627 metros sobre el nivel del mar, y abajo, en la costa, donde las Pedras Camboas señalan ahora, como lápidas que emergen de la marea, el lugar al que ha venido a desembocar, un mes después, la muerte del Olimpo Celta. El incendio que arrasó más de 2.500 hectáreas, la totalidad de este paisaje único, desde Caldebarcos hasta O Ézaro, se desplomó con las lluvias torrenciales que cayeron en las dos semanas pasadas y se empecina en engullir ahora, como una lengua gigante de lodo negro, otro de los tesoros del municipio de Carnota, el banco marisquero de A Berberecheira. La marisma es la imagen de la muerte incinerada sepultando con su peso plomizo todo lo que quedaba de vida a sus pies. Tras las lluvias, las mariscadoras bajaron a la playa para combatir la amenaza con el rastrillo, como les indicó la Consellería de Mar. Trabajaron hasta el lunes pasado pero, con la marea muerta, acordaron quedarse en casa el resto de la semana.

Son ellas quienes siembran la almeja fina y conservan el banco, y ellas también las que ahora intentan limpiar el manto de ceniza que asfixia el bivalvo en las márgenes del río Vadebois, que desagua entre las junqueras dividido en varios brazos, justo donde se levantan, lamidas por el viento salitroso, las Camboas. El lunes, con la marea viva, las mujeres confían en que el mar les eche una mano, que al fin y al cabo, si le dan tiempo, igual que trae se lleva muchas cosas.

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Escarvando con la mano en el fango negro, apelmazado, resbaladizo, se tarda mucho en encontrar la arena, y el marisco que se saca aún puede salir vivo, pero lleno de ceniza, imposible de comercializar. La presidenta del colectivo, Elena García, dice que hay zonas en las que el arrastre de vegetación muerta y tierra calcinada ha acumulado “una capa de hasta 25 centímetros que parece cemento”. Ese grosor, según las indicaciones que les han dado, impide que el marisco respire y es letal. También lo es la cantidad de agua dulce que ha bajado y permanece, atrapada en bolsas, impermeabilizadas por la ceniza, sin poder disolverse con el mar. La playa es muy grande, y el mal se concentra, por ahora, en la desembocadura, donde más abunda la cría. Las mariscadoras temen que estas pérdidas asesten un nuevo golpe al colectivo. De 28 que eran, ya solo quedan ocho trabajando, mano a mano con las 14 que sobreviven en Lira.

En una reunión en la Xunta con ambas cofradías (las mariscadoras comparten plan de explotación y trabajan juntas, en arenales de una y otra localidad, A Berberecheira y Porto Cubelo), los técnicos de la Administración les informaron de que “hasta los cinco centímetros de ceniza no hay problema”, pero a partir de ahí, la vida se va complicando para la almeja, el berberecho y todo ser vivo que habite la arena. “Cuando esta capa llega a los 20 centímetros”, indica Mercedes Díaz, secretaria del pósito de O Pindo, “sepulta y mata todo”. Después de que una bióloga de la cofradía enviase a la consellería una serie de imágenes que denunciaban el daño en la marisma y ante las inminentes nuevas borrascas que se aproximaban a Galicia, la Xunta convocó una segunda reunión el jueves pasado en Carnota.

El río Vadebois es como un tobogán de agua que baja directamente del Monte Pindo, ahora tan empobrecido y pelado que su nombre local, O Pedreghal, está más justificado que nunca. Si la madrugada del 12 de septiembre el fuego provocado en Cima da Arca prendió primero en las poblaciones de Caldebarcos, Panchés y Quilmas, para luego avanzar en dirección al núcleo de O Pindo, ahora el nuevo desastre, consecuencia del anterior, también empieza por el mismo lado. En Caldebarcos, las llamas entraron por sorpresa y sus desprevenidos moradores no pudieron hacer más que defender con mangueras sus viviendas. Cuando el fuego lo arrasó todo y de madrugada alcanzó el pueblo de O Pindo, las brigadas forestales se habían multiplicado, desalojaban casas, prendían contrafuegos y lograron salvar la vegetación de la falda del monte más próxima a las viviendas. Ahora esa escueta fronda sirve de barrera y ayuda a proteger las casas de O Pindo de la riada. Pero en Caldebarcos no queda nada. Los troncos quemados se acumularon, retenidos, en los puentes del Vadebois, camino de San Cibrán, y el resto de la inmundicia atravesó la carretera general y acabó en la costa.

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En la página web de la Asociación Monte Pindo Parque Natural se pueden ver fotos tomadas en los días de las trombas de nunca acabar. Domicilios inundados de agua negra, la riada bajando por las calles, saltando desniveles convertida en cascada de color marrón, y haciéndole la competencia a la de Ézaro al precipitarse directamente al mar desde un acantilado. Los vecinos (el colectivo supera ya el centenar de personas) que reclaman sin éxito a la Xunta, desde hace tres años, la declaración de parque natural para este fragmento de la Red Natura, ha bautizado el barro que baja sin obstáculos desde O Pindo como “chapapote de monte”.

Poco más de una década pasó desde que el chapapote de mar, procedente del Prestige, tiñó de luto esta misma costa. Para combatir el nuevo desastre medioambiental y tratar de resucitar esta naturaleza difunta, la asociación puso en marcha una campaña de voluntariado, y precisamente eligió este viernes de los muertos para empezar a trabajar sobre el terreno. La iniciativa se llama SOS Monte Pindo, y ellos dicen que lo de SOS va con doble sentido: porque piden auxilio a la sociedad y porque se encuentran “solos”, con un Gobierno gallego que sigue negándoles, a pesar de todo, la protección reclamada para O Pedreghal, además de la declaración de zona catastrófica. Mario Maceiras, portavoz de la asociación, critica que todo lo que ha hecho la Xunta hasta el momento es “puro paripé”. “Cuando vino el helicóptero a lanzar pacas de paja no fue para prevenir la erosión, sino para la foto de la prensa: hicimos el cálculo, y solo cubrieron el 0,16%, es decir, cuatro hectáreas, de la superficie devastada”.

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