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ENTREVISTA / IRENE DE HIGES Presidenta de Joves Investigadors

“La política científica tenemos que construirla entre todos”

La asociación juvenil nació en el año 2000 para reivindicar la dignidad de los jóvenes que afrontan la aventura científica.

La presidenta de Joves Investigadors, Irene de Higes.
La presidenta de Joves Investigadors, Irene de Higes. JOSÉ JORDÁN

De la precariedad del becario a la fuga de cerebros, Joves Investigadors nació en el año 2000 para reivindicar la dignidad de los jóvenes que deciden lanzarse a la aventura científica. Ante un panorama en el que la inversión en ciencia supone menos de la cuarta parte de lo dedicado a salvar la banca, el colectivo reclama mayor participación en las instituciones académicas y alarma sobre lo que considera más grave de la investigación actual, la continuidad de la carrera una vez empezada. Irene de Higes, su actual presidenta, llegó a la asociación hace cuatro años como becaria predoctoral en Traducción e Interpretación en la Universitat Jaume I. Sin trabajo tras acabar la beca y a punto de leer su tesis doctoral sobre traducción de películas plurilingües, esta traductora de 29 años apunta como asignatura pendiente que política y ciencia hablen el mismo el idioma.

Pregunta. ¿Qué es Joves Investigadors?

Respuesta. Un colectivo que cree que la situación de los investigadores puede mejorar, sobre todo de los que no son estables. En un principio surgió como reivindicación de unas condiciones laborales dignas considerando la investigación como una carrera profesional y por tanto, vinculada con contratos a los centros de investigación. Después de aprobarse el Estatuto del Personal Investigador en Formación y la Ley de la Ciencia, lo que más nos preocupa es qué ocurre después de iniciar la carrera investigadora, donde ahora más incide la crisis. Intentamos que se fomente la ciencia con compromisos políticos como en Alemania, donde aumenta progresivamente el porcentaje de PIB dedicado a la investigación cada año. En la Comunidad Valenciana, la ley autonómica dice que aumentará el presupuesto para ciencia, pero con la coletilla “según la situación económica del momento”, como excusa perfecta.

P. ¿Política y ciencia hablan el mismo idioma o necesitan traductores?

R. Deberían hablar el mismo lenguaje, sin intérpretes entremedias, pero es necesario que la administración colabore aportando datos. Desconocemos los entresijos tanto de la política como de la ciencia. A veces es difícil de calcular cuánto cuesta más contratar a un investigador que becarlo o cuánto podría ahorrar un centro de investigación. Tampoco sabemos cómo se crean los comités asesores, a quienes llaman ni con qué criterios. En ocasiones, mostrando a los políticos que no es mucho más caro hacer unas cosas que otras, se consiguen resultados. Tiene que haber una política científica clara, y debemos construirla entre todos. Joves Investigadors tiene propuestas, y estamos intentando contactar con los partidos políticos de la Comunidad Valenciana para que haya un compromiso legal con la investigación y que no dependa de fluctuaciones económicas.

“Queremos que la investigación no dependa de cómo vaya la economía”
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P. Entre recortes y retrasos, el horizonte de las ayudas es poco esperanzador.

R. Se reducen pero se siguen manteniendo ciertas ayudas que van directamente para recursos humanos, con la reducción de oferta pública en organismos de investigación, que ha pasado de 681 plazas en 2007 a 15 en 2013. Los programas Ramón y Cajal y Juan de la Cierva se han disminuido un 30%. El problema ahora es el tema de la continuidad. En investigación, entrar en un grupo no significa que te vayas a quedar, porque cambiar enriquece cualquier carrera investigadora. El peligro reside en depender sólo de las ayudas, porque pueden producirse abusos.

P. ¿Se corre el riesgo de no consolidar o profesionalizar la carrera?

R. Está en peligro la continuidad de la carrera investigadora, porque todo son contratos temporales. A nivel pre o postdoctoral supone un enriquecimiento, pero no es lo mismo para los Ramón y Cajal, investigadores con trayectoria que han regresado a España para liderar grupos y crear nuevas líneas de investigación. En un principio llegaron con el compromiso de la consolidación, pero ahora chocan con el problema de la oferta pública, con lo que se les acaban los años de contrato hasta poder ser titulares. Es muy grave, porque se ha creado algo de la nada, con grupos de investigación que han costado años de formación y que ahora corren el peligro de quedarse sin investigador principal.

P. La asociación ha llegado a tener hasta 200 miembros, pero ahora son 60. ¿El mensaje de la participación cuesta que cale entre los investigadores?

R. En general están interesados por lo que hacemos y lo agradecen, pero les cuesta dar el paso de participar porque piensan que su voz no se va a escuchar. En la asociación se aprende a conocer el funcionamiento interno de las universidades y los centros de investigación. Cuando hay que ir a hablar con las personas de más responsabilidad en las instituciones, la gente cree que no podría defenderse, pero se nos escucha. A veces falta que se quiera poner en práctica lo que sugerimos o encontramos trabas burocráticas que no se comprenden. Cada universidad o centro de investigación tiene cierta autonomía para establecer criterios internos en el baremo de contratación o la representación de los diferentes estamentos en las comisiones y en los órganos de gobierno. Estar asociados nos ayuda mucho a ver las contradicciones entre universidades, porque no sólo se trata de aprender de política científica y de reivindicar nuestras condiciones laborales o nuestra representación, sino de aprender de la experiencia del resto de compañeros.

“Los contratos temporales ponen en peligro

P. ¿Sus reivindicaciones llegan a los órganos de gobierno de las universidades?

R. Es un poco contradictorio, porque depende del tamaño de cada centro. Se producen diferencias importantes entre universidades en el porcentaje de representación del Personal Investigador en Formación. Con el Claustro no se trabaja tanto como con los vicerrectores de investigación o profesorado, que es donde nos podemos hacer oír más. Donde podemos trabajar más nuestras propuestas es en las comisiones permanentes de cada universidad. Se nos escucha y se nos agradece que queramos hablar con ellos, pero hasta qué punto nos hacen caso es otra cosa. A veces sí, pero en otras ocasiones no sabemos de ellos hasta que no volvemos a llamar a la puerta para decirles si se acuerdan de nosotros.

P. ¿Se valora el doctorado en el mercado laboral?

R. En general no. El doctorado está muy asociado a una carrera académica y a veces no es que se esconda, pero no se sabe hasta qué punto se va a valorar. Piensan que está muy dirigido a la universidad, pero es un proceso de formación en el que se aprende a ser crítico y a trabajar en equipo. Tiene que ser un valor añadido, porque hemos seguido formándonos. No se trata de que seamos expertos en un tema. La investigación no es sólo estar encerrado, sino actividades como acudir a congresos o impartir clases, que ayudan a desarrollar unas capacidades que las empresas podrían aprovechar.

P. ¿Qué lugar ocupa la investigación en nuestra sociedad?

R. La tecnología y la innovación en salud están muy bien reconocidas, aunque siempre se puede hacer más. Los científicos son uno de los colectivos mejor valorados, pero a veces tengo la sensación de que no se sabe bien lo que hacen. Hay ambientes en los que la ciencia está muy bien valorada y hay otros a los que les preocupa más encontrar trabajo y poder comer. Hasta qué punto les importa que se dedique dinero a la investigación, no se ve tan claro o no sabemos explicarlo. Falta divulgar todo el proceso que hay detrás de los resultados de las investigaciones. Ese trabajo, que genera conocimiento y avances, hay que darlo a conocer.

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