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Materia y poesía a los pies del monte Abantos

Carlos Vásquez y Dolores Walker exponen sus mejores pinturas en '38 años en San Lorenzo'

TAMARA LITSINSKAYA. Óleo sobre tela 100x73 cms. - 2010 -
TAMARA LITSINSKAYA. Óleo sobre tela 100x73 cms. - 2010 -CARLOS VÁSQUEZ

Carlos Vásquez y Dolores Walker son una pareja de artistas chilenos establecida desde 1975 en las laderas del monte Abantos. Su talento y su esfuerzo les sitúa desde entonces en la primera línea de la creación pictórica iberoamericana. Así cabe comprobarlo en su última exposición, que han denominado “38 años en San Lorenzo” y que muestra 39 de sus mejores obras. La Casa de Cultura de la villa escurialense, con el patrocinio de la Fundación España-Chile, exhibe las creaciones de los artistas chilenos hasta el domingo 13 de octubre, en la Primera Casa de Oficios del entorno monumental del monasterio.

Formados en las mejores tradiciones de la cultivada comunidad artística del Chile de los años 50 del siglo XX, ambos en la Escuela de Bellas Artes de Santiago, Walker prosiguió su quehacer como catedrática de Dibujo y Pintura en la Universidad capitalina y Vásquez llegaría a ejercitarse como responsable de la institución cultural del emporio mundial del cobre, la mina El Teniente.

Ya en 1958 comienzan a exponer en muestras colectivas. Carlos lo hace individualmente en Barcelona en 1966. Una estancia formativa en Estados Unidos completó la formación de ambos y en 1970 los dos regresan a Chile para integrarse en el programa cultural de la Unidad Popular en el que se involucran junto a lo mejor de la intelectualidad progresista chilena. Tras el derrocamiento de Salvador Allende a manos del golpista Augusto Pinochet, Vásquez es detenido en el Estadio Nacional, consigue la libertad provisional y ambos se ven obligados a exiliarse. Deciden hacerlo primero en Colombia, año medio, para establecerse luego en España, precisamente en San Lorenzo de El Escorial, donde integran una comunidad de intelectuales de Chile que salvaguarda los valores ético-estéticos de su generación, mientras estrecha los vínculos culturales hispano-chilenos.

Pocos precedentes hay en la Pintura continental de una conjunción artística tan feliz como la de Carlos Vásquez y Dolores Walker -son matrimonio-, habida cuenta de que ambos han sabido desplegar una sinfonía de experimentaciones pictóricas, compositivas y lumínicas, con las que han dotado a sus respectivas obras de una potencia visual avanzante e innovadora, que facilita grandemente su comprensión por el público y dota a sus creaciones de ese aura de actualidad que caracteriza tan singularmente a la Belleza.

Con un mutuo componente escénico que convierte sus obras en actos de plena entrega a sus veedores, Walker desarrolla un mundo suntuoso donde priman ámbitos posteriores a banquetes, percibidos desde ángulos cenitales o diagonales con la presencia perenne de cristalerías que parecen generar musicalidad, magistrales naturalezas muertas, céspedes, floraciones y ajuares suntuosos, todo ello contagiado de una excelsa serenidad visual; su obra “Lirios de Mallindrokt” es una apuesta por adentrarse en el enigma de la naturaleza viva, que Walker también domina.

Carlos Vásquez, por su parte, opta por descomponer la figura humana, que maneja con desenvoltura, en planos sesgados por cruces, aspas o flechas. Con ellas focaliza segmentos de los semblantes representados y recompone la identidad tratada mientras invita al espectador a preguntar, en clave multidimensional, sobre la condición humana y sus enigmas, como revela en su excelente “Tamara Linstsinskaya”.

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Pese a las sustantivas distinciones que les diferencian, dotados como lo están de sendos estilos personalísimos que cupiera imaginar inconfundibles, tras la reflexión y la mirada atenta del espectador cabe percibir que dentro de su diversidad, sus creaciones dialogan fértilmente en ese Olimpo donde brota la sonrisa que rubrica la contemplación del mejor arte. Walker y Vásquez mueven, desde luego, sus pinceles dentro del universo figurativo, gratamente guiados por sus saberes; pero, por caminos distintos, los dos se asoman hasta ese territorio fronterizo que anuncia la abstracción y, súbitamente, sobreviene la ensoñación que preludia el gozo. Cristalidad poética de Dolores Walker, metafísica matérica de Carlos Vásquez: feliz mixtura que sintetiza el desafío que el Arte plantea a quienes, como ellos, desde la luz interior que brota de sus pinceles asentados sobre el bastidor de un dibujo límpido, exacto, se atreven a encarar el reto, vibrar en su combate y, holgadamente, vencerlo.

38 años en San Lorenzo. Walker-Vásquez, pinturas. Hasta el 13 de octubre. Casa de Cultura. Juan de Borbón, 6. San Lorenzo de El Escorial.

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