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Tribuna
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Un festival de jazz atribulado

Los aficionados de Madrid se quedan huérfanos de una cita no exenta de polémica

Compuestos y sin festival. Así se han quedado los aficionados al género en esta ciudad tras conocerse la suspensión de la 30ª edición del Festival de Jazz de Madrid, previsto para noviembre. Tras ello, la triple renuncia del director del evento, Javier Estrella, que lo es de la empresa que ha venido encargándose tradicionalmente de su organización; y la de quienes habían de tomar su testigo, la barcelonesa TheProject, junto a la valenciana SF. Unos y otros coinciden en señalar al Ayuntamiento como único culpable de la situación, que donde los munícipes dijeron digo, ahora dicen diego, y de lo acordado, y presumiblemente firmado, nada. Cuentan los afectados que el consistorio había comprometido la cesión de los espacios –el teatro Fernán Gómez y el Circo Price- y el equipo técnico para la celebración de los conciertos, algo que, después de los cambios sufridos en la gestión de ambos centros, ya no queda tan claro. De dinero, ni se habla. Si el Ayuntamiento comenzó sustentando económicamente un acontecimiento cultural que lleva el nombre de la ciudad, eso forma parte de la historia. Y de aquellos polvos, estos lodos.

La decisión de echar el carpetazo parece haberse impuesto como la única solución viable. Sin teatros, no hay festival, y ya puede venir el mejor de los patrocinadores que no hay modo. Algo en lo que no todo el mundo está de acuerdo. “¿De verdad la suspensión del Festival de Jazz de Madrid es culpa del Ayuntamiento de Madrid?”, se pregunta el periodista y crítico Carlos Pérez Cruz en su página de Facebook. “¿Por qué piden que "los responsables den la cara"? ¿Alguna vez la dieron ellos?. ¿Acaso dejaron de cobrar los organizadores por su trabajo?. ¿Acaso no eran los músicos los únicos que no tenían asegurado el pago de su trabajo al verse "obligados" a ir a taquilla?”.

En 2012, el baterista Guillermo McGill encendió algunas alarmas con una carta abierta al festival en la que explicaba por qué cancelaba su intervención. Dibujó una situación poco menos que dantesca, con los músicos (nacionales) actuando a taquilla y sin cobertura de ningún tipo, ni respaldo publicitario o un mínimo servicio de catering. “Nadie está obligado a actuar”, se argumentó, no sin razón, desde la organización. “No se puede pretender que Pablo Caminero o Joshua Edelman, por muy buenos que sean, lleven la misma gente que Chick Corea”. Entre los que decidieron tirar para adelante hay quien manifestó sentirse engañado por los promotores y quien asegura no haberse recuperado aún de lo perdido. Todo desde el anonimato por si las moscas, dicen.

Así las cosas, la edición de 2013 se presentaba en un clima enrarecido en lo que toca a la participación de los músicos nacionales, los precios de las localidades y la política de programación, tan discutible como cualquier otra. La entrada en escena de The Project, empresa encargada de la organización del Festival de Jazz de Barcelona (que sí se celebra), constituía un motivo añadido de incertidumbre. Hasta cierto punto. Cambian los actores, se ha escrito, pero no la obra. Llegado a su mayoría de edad, el Festival de Jazz de Madrid ofrecía su imagen más lampedusiana: “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”. Los tiempos han cambiado, las polémicas permanecen.

La controversia viene acompañando al Festival de Jazz de Madrid desde su fundación, o refundación, en tiempos de la Transición. El evento vivió entonces años de oro, con Miles Davis u Oscar Peterson y hasta Cecil Taylor llenando el Palacio de los Deportes a reventar como hoy solo pueden hacer las estrellas del pop. “Ha sido necesario medio siglo para que nuestro país entrara en la normalidad jazzística”, escribía el maestro de periodistas Ebbe Traberg, “y, de repente, lo vemos lanzarse por una autopista”. El Gobierno del PSOE retomó la iniciativa, institucionalizándola a través de un organismo de promoción específico: la Oficina de Coordinación Artística (OCA), cuya actividad abarcaba todo el territorio nacional en un esfuerzo por empujar la iniciativa cultural en ayuntamientos y comunidades autónomas. Por entonces, se acusaba a los organizadores de inflar los cachés utilizando dinero público. Algo de lo que, por cierto, ya no se les podrá acusar.

En 1988 se cuestionó la cesión de la organización a una sociedad privada sin pasar por un concurso público; la misma que lo organizó, con alguna excepción, desde entonces. “No hay nadie más que quiera hacerlo” se dijo entonces, lo que era cierto hasta cierto punto. Candidatos hubo, pero sin la consistencia suficiente para convertirse en alternativa viable, y tan enfrentados entre sí como pudieran estarlo con los organizadores. La falta de acuerdo que envuelve todo cuanto tiene que ver con el festival llega incluso al número de ediciones. El de Madrid es el único del mundo con tres “primeras ediciones”, celebradas en 1961, 1974 y 1980, respectivamente; de aquí arranca la actual numeración, que tampoco es del todo exacta, puesto que omite los años 2001 a 2003 en que el festival dejó nominalmente de celebrarse.

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Lo cierto es que el aficionado siguió escuchando jazz, con otro nombre: Emociona!!!Jazz. Y volvió la polémica. Lo que para unos vino a constituir un robo a mano armada, o poco menos -“nos han arrebatado el festival, así de claro”-, para los otros venía a ser el ejercicio legítimo de un derecho inalienable. “Emociona!!!Jazz nunca trató de arrebatar el espacio a ningún festival, y mucho menos al Festival de Jazz de Madrid, que dejó de hacerse hace años, nadie sabe por qué”, escribió Concha Hernández, coordinadora de Emociona!!!Jazz, en carta enviada a este periódico.

El 30 Festival de Jazz de Madrid no va a celebrarse, y hay quien lo lamenta, pero también quien se alegra de ello. “La suspensión del Festival de Jazz de Madrid es sólo uno más de los síntomas del enfermo panorama cultural español”, concluye Pérez Cruz. “Su propia dinámica de funcionamiento era enfermiza. Pero no menos enfermas están la profesión y sus profesionales, incapaces de consensuar nunca una posición colectiva que les defienda frente al abuso”.

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