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TEATRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Cubana no se casa con nadie

‘Campanadas de boda’ es una fiesta paródica con actuaciones descacharantes, coplas, música de Bollywood y una acción orquestada sin desmayo

Javier Vallejo
Escena de la obra Campanadas de boda, de La Cubana.
Escena de la obra Campanadas de boda, de La Cubana.DAVID RUANO

Mientras otros célebres directores catalanes se han ido poniendo al frente de grandes teatros públicos o se han habituado a dirigir para ellos, Jordi Milán ha seguido a lo suyo y sin ahormarse. La Cubana, compañía de la que es puntal, produce poco pero excelente, echándole muchos meses de trabajo con dedicación exclusiva. Sus espectáculos son únicos. Cómeme el coco, negro, último que vimos en Madrid, ofrecía dos funciones en una: la primera, donde se recrean números de variedades del arcano Teatro Chino de Manolita Chen, empezaba sistemáticamente una hora antes de lo anunciado (de modo que el público no avisado se la perdía) para justificar así esa comica segunda parte de inspiración beckettiana en la que los personajes se ponían a desmontar la escenografía, confiando en que el público se fuera a casa, según decían con la boca pequeña.

Campanadas de boda

Idea, guión y dirección: Jordi Milán. Intérpretes: Xavi Tena, Toni Torres, María Garrido, Meritxell Duró, Annabel Totusaus, Alesandra González, Babeth Ripoll, Bernat Cot, Montse Amat, Oriol Burés, Àlex Esteve. Caracterización: La Bocas. Vestuario: Cristina López. Coreografía: Leo Quintana. Escenografía: La Cubana y Castells Planas. Nuevo Teatro Alcalá.

Campanadas de boda también da dos por uno. La primera parte es un divertidísimo sainete costumbrista, servido con arrobas de ironía, sobre como la familia (o su núcleo duro) toma colegiadamente decisiones que deberían ser del ámbito privado de uno de sus miembros, atendiendo al qué dirán y a la opinión pública en lugar de atender al interés legítimo del afectado. En la segunda parte, mediante un fulgurante cambio escenográfico de dimensiones imprevistas, el espectáculo toma un rumbo sorpresivo y totalizador, del que conviene desvelar cuanto menos, mejor. Su argumento gira en torno a Violeta, novia de un actor de Bollywood con el que piensa irse a vivir a la India, y a la presión que Hortensia, su madre, y su tía Margarita (floristas de origen catalán muy bien instaladas en Madrid) ejercen para que se case.

De forma amena, con un texto gracioso certeramente adaptado a nuestra ciudad (el original sucedía en Barcelona), unas actuaciones despiporrantes y una acción múltiple orquestada sin desmayo, La Cubana pone en evidencia la hipocresía de una clase media acomodada que, queriendo parecer moderna, actúa en el fondo por imperativos sociales: Violeta debe celebrar un bodorrio que haga època, lo quiera ella o no lo quiera, cediendo a la voluntad de su madre y de sus tías, pero su hermano homosexual y su pareja, que están deseando casarse e invitar a todo el mundo, deben hacerlo de tapadillo para que nadie del entorno señale a sus mayores con el dedo.

Milán y sus cómplices tienen un olfato envidiable para la sátira social: donde ponen el ojo, salta la carcajada. Su trabajo se basa en la observación. Les gusta tomar retratos del natural y extremar los rasgos de lo retratado para hacer más evidentes las malformaciones del carácter, los lugares comunes sentimentales y los tics del alma. La parodia es su credo, y la revista su liturgia. Campanadas de boda empieza en clave de sainete, pero acaba siendo lo más parecido a una revista actualizada y espectacularmente metateatral, una fiesta que envuelve al público, en la que solo falta el banquete y en la que el cine (empleado aquí de manera todavía más certera que en Cegada de amor) produce un efecto multiplicador.

Los actores de La Cubana, modelo de entrega, hacen un ejercicio de fregolismo fulgurante, cuyo paradigma es Meritxell Duró, que lleva su energía interpretativa siempre al límite del vaso, sin desbordarlo, en los papeles antagónicos de Margot, descocada amante francesa del padre de la novia, y de la anciana Tía Consuelo, integrista católica de teja, mantilla y capillita portátil de la virgen del Pilar. Duró es una caricata de vértigo, pero también Babeth Ripoll (la dominante mujer del hermano mayor), María Garrido (felicísimas, sus interpretaciones de coplas añejas y de otras compuestas para la ocasión), Xavi Tena, Bernat Cot, Annabel Totusaus, Toni Torres, Montse Amat, Oriol Burés, Alexandra González y Àlex Esteve, equipo que se multiplica por cinco, son todos ellos actores extremados que saben contenerse antes de llegar al punto de no retorno.

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El vestuario rabiosamente kitsch de Cristina López imprime en los personajes una pátina de irrealidad. Campanadas de boda es un caos perfectamente orquestado en el que caben la orientalada y la parodia de lo castizo, los musicales de Bollywood y el homenaje a King Kong (esa novia de blanco presta a caer en manos del indio gigante). En el mayúsculo final, donde el Paraules d’amor, de Serrat, se canta en hindi y se baila frenéticamente, de haberse distribuido entre el público la letra en castellano nos hubiéramos sumado encantados a la masa coral.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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