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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La pared

Frente a una amplia movilización, pacífica y respetuosa, Rajoy parece haber optado por el desdén y la confrontación

Josep Ramoneda

Para el ciudadano que se informa por la prensa, es difícil hacerse una composición de lugar sobre lo que está ocurriendo en Cataluña. Cada declaración, carta, o evento relacionado con este tema se traduce en los medios en informaciones dispares y, a veces, contradictorias. Pase lo que pase, diga lo que diga, unos ven un signo más de la radicalización de Artur Mas (los que piden en sus editoriales mano dura al Gobierno español), otros ven señales de moderación y de confirmación de que hay vías de negociación en curso, aunque nadie sepa contarnos entre quienes y con qué contenidos (son los partidarios de las soluciones intermedias) y otros constatan la firmeza del presidente en el seguimiento de la hoja de ruta de la transición nacional (los que apuestan por la independencia).

A falta de informaciones precisas de lo que ocurre entre bastidores, los medios de comunicación no nos explican lo que pasa sino que nos comunican sus deseos. Con lo cual cabe la sospecha de que realmente no está ocurriendo nada detrás de la escena política. Simplemente, hay en marcha la dinámica de un movimiento social al alza, el rechazo sin paliativos desde las principales posiciones de la política española, y los equilibrios de los partidos catalanes para no perder pie en un escenario que les supera.

La irrupción de Durán, en vigilias del debate de política general, en una jugarreta de las que en política —cuerpo a tierra que vienen los míos— solo se hacen a los amigos, parecía que podía tener efectos clarificadores. Pero volvemos a lo de antes, mientas algunos periódicos celebran la osadía de Durán, las élites empresariales le ponen alfombras, y parte del independentismo le estigmatiza como traidor, otros insinúan que podría ser el gran ariete de la independencia porque el previsible rechazo del Gobierno español a su tercera vía demostraría definitivamente que no hay salida.

El movimiento de Durán ha hecho que el PSC se soltara el pelo. Y tanto se ha desmelenado que Navarro, después de poner cara de muy enfadado, ha buscado la foto que le faltaba: Alicia Sánchez Camacho. De Esquerra al PP en tres años, es la crónica de un desconcierto. Si el mensaje es “antes gaviota que rota”, los socialistas habrán amortizado todas sus señas de identidad.

Hay un problema político de calado sobre la mesa, que requiere respuestas políticas dignas de este nombre

Debería ser la hora de la política, y en cambio, como se ha visto con lo sucedido en torno al debate de política general, abundan los codazos, los gestos para la galería (una mano a Dios y otra al diablo) y los enfados teatrales. Demasiada minucia. Por este camino, sólo hay dos salidas: la frustración o la confrontación. En realidad, cada vez parece más claro que esta es la opción escogida por el Gobierno del PP y por gran parte de las élites político españolas. Evidentemente, dirán que el lío se ha organizado desde Cataluña y que de ellos no es la culpa. Pero, en democracia, frente una movilización con amplio soporte ciudadano, repetidamente expresada en paz y respetuosamente, no se puede poner una pared y esconderse detrás de ella a la espera que los soberanistas se den de bruces. Hay un problema político de calado sobre la mesa, que requiere respuestas políticas dignas de este nombre.

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Rajoy se siente cómodo en su estilo. Es una idea autoritaria de la democracia que ha practicado desde que llegó: cree que la mayoría absoluta le da una legitimidad de origen incontestable y no sabe que es obligación del gobernante renovar permanentemente la legitimidad de ejercicio, dando explicaciones a la ciudadanía, abriendo cuantos debates políticos sean necesarios y respondiendo con respeto a las preocupaciones ciudadanas. Rajoy no ha cumplido una sólo línea de su programa electoral y todavía es hora de que dé una explicación solvente de porqué prometió lo que sabía que no podría hacer. Y ahora se parapeta detrás de la ley para rechazar cualquier negociación digna de este nombre con Cataluña.

Un coro de voces, con amplia presencia socialista, da aliento a esta actitud arrogante proclamando la secesión como imposible. Hay dos opciones democráticas en escena: una reforma muy sustancial del sistema constitucional que reconozca a Cataluña la condición de sujeto político o una negociación pactada de la independencia. Queda una tercera: la confrontación, que parece ser la opción escogida por Rajoy que manda mensajes de música celestial por carta o desde el extranjero, mientras se resguarda detrás de la Constitución y de la Guardia Civil. Puede que Rajoy crea que así excitará el espíritu patriótico de los suyos y salvará su catastrófica legislatura. ¿A qué precio? La política del desdén siempre sienta mal a la democracia.

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