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Así son los nuevos empleos

Los recién contratados relatan su experiencia laboral: trabajos sin cualificación, a tiempo parcial y obligados a cambiar de empresa cada poco tiempo

Un camarero, en un bar de A Coruña
Un camarero, en un bar de A Coruñagabriel tizón

Desde el mostrador, Manuel echa un vistazo a la terraza, verifica que no falten tapas en la única mesa ocupada, y se pone a llenar neveras. Aún no son las diez de la noche, el termómetro sigue en 20 grados pero es domingo y septiembre, y ya empieza a escasear el personal. Tanto dentro como fuera de la barra de esta cafetería-restaurante de Portosín (A Coruña), el típico establecimiento a pie de playa que vive del turismo veraniego. “El resto del año, esto es un desierto”. Recurre a la lógica de las matemáticas para explicar el ligero descenso del paro en agosto. Con 3.578 desempleados menos, Galicia es la tercera comunidad donde más bajó. “En invierno, los bares que solían tener uno o dos empleados fijos ya solo funcionan con uno o ninguno. Y claro, al llegar julio, hace falta la gente que antes tenían todo el año más los extras. ¡Por eso suben las contrataciones!”. Pero ya volverán a bajar, augura.

 Protésico dental de formación, Manuel Rodríguez tiene 45 años, “edad crítica” en el mercado laboral, y lleva ya más de dos consiguiendo sólo “picotear” contratos de temporada. Tras dos meses a jornada completa y uno, éste, solo los fines de semana, le toca en octubre apuntarse de nuevo como demandante de empleo “en lo que sea” y tratar de estirar lo ganado en verano. Soltero, sin hijos y viviendo de nuevo en casa de sus padres, Manuel, tras dos décadas como camarero en Galicia y Canarias y un lustro en el sector de la construcción responde al perfil laboral mayoritario, aunque no aparece así en las estadísticas: “Parado eventual”. Los contratos temporales están al orden del día: fueron 60.962 de los 64.673 registrados en agosto. “Menos mal que trabajamos tantas horas que ni tiempo hubo para gastarse el sueldo”, ironiza Manuel. “Las condiciones salariales son aceptables”, dice, 1.200 euros netos al mes. Pero con una jornada de 12 horas diarias de media. Abundan en la hostelería y el comercio los contratos “a tiempo parcial”. “Aunque luego, ya se sabe, el horario es a la carta”.

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Camareros asalariados, seguido de vendedores en tiendas y almacenes, encabezan, y con mucha diferencia sobre el resto, la lista de trabajos donde más se contrata en estos años de precariedad y escasez laboral. Pero en el pequeño comercio, resistir como se pueda es la consigna y ya no se cubren bajas o vacaciones durante las temporadas de rebajas. Que ahora pueden ser en cualquier época del año. Solo lo siguen haciendo las grandes cadenas de ropa como Inditex. En su sede central de Arteixo, “la crisis no se nota en el almacén, el trabajo sale este año por las orejas y hay más contrataciones temporales que nunca”, explica el delegado sindical de la CIG Roberto Pérez. Acaban de renovar en el departamento de logística a 220 eventuales, apuntados en una lista de personal previsto para cubrir vacantes de la plantilla fija, unos 900 trabajadores. Hay temporales que llevan años así, incluso a veces, durante nueve de doce meses. “Quema mucho la incertidumbre, no saber si este mes vas o no a trabajar. Mi vida es un caos con tanta temporalidad”, se queja una veterana. Como muchos en su situación, pide quedar en el anonimato. Cunde el temor “a que no te vuelvan a coger”. “Ser eventual quema sobre todo por la situación que vive el país”, razona su compañera Tatiana de Andrés. Acaba de renovar hasta noviembre el contrato firmado en julio. “Fuera tampoco hay nada, solo picoteos, y ni de coña se gana en siete meses al año lo que cobramos en Zara Logística”, subraya. Las condiciones laborales, idénticas a los fijos, son “buenísimas, con pluses por todas partes y cobrando las horas extras”. La mujer, de 37 años, lleva tres de eventual, desde su llegada A Coruña y tras dejar su puesto fijo “pero sin opción a traslado” en Inditex en Madrid.

Tatiana está agradecida por poder vivir de un trabajo que le “encanta”. No es habitual entre los miles de temporales. “Maldita crisis, llevo dos años sin poder trabajar en lo mío”, lamenta Javier, arquitecto técnico de 29 años y dos encadenando contratos “de fin de obra” en tareas administrativas. Escanea y archiva documentación estos días para una firma coruñesa. Apuntado en empresas de trabajo temporal, “porque hay más movimiento y garantizan que te paguen las horas extras”, la recesión le pilló terminando la carrera. Seis meses tardó en cerrar su empresa. Desde 2011, solo le salieron dos posibles ofertas como aparejador pero no prosperaron. Pese a todo, dice que está “supercontento”. Los contratos temporales, con una media mensual de 850 euros netos, “lejos de los 1.300” que ganaba ejerciendo su profesión, tienen sus ventajas: pudo “gastar solo” parte del año de subsidio del paro que ha cotizado, vive independiente de sus padres y tiene tiempo para estudiar. Acaba de obtener el postgrado. Medita intentarlo por su cuenta: “Me doy otro año más de límite”.

María, 24 años, tampoco pide más: “Ir tirando hasta encontrar en lo mío”. Aspira a ser trabajadora social. Pero tuvo que interrumpir la carrera en Santiago, hace dos años: “Subieron las tasas y en mi casa fue imposible asumir ese gasto”. Desde entonces, se buscó la vida: prácticas y dos meses de contrato en la Cocina Económica, un mes en otra entidad social, dos en un restaurante y otros tantos en “una cafetería con menú del día”. Añade los “dos días” que aguantó de comercial para una compañía telefónica. “Las condiciones eran horribles, y no pagaban”. Ahora María acaba de encontrar trabajo, y también su novio, con el que convive en el bajo de la casa unifamiliar de sus padres. Ella, después de tres meses en primavera de comercial para una aseguradora, con contrato y un mínimo salarial fijo, atiende sábados y domingos una panadería-cafetería. “No es a lo que aspiro, pero aprendí un nuevo oficio, me tratan superbien, y para ir tirando, está genial”. Su pareja lleva la mitad de sus 31 años siendo albañil. La crisis lo convirtió en parado de larga duración. Hasta que en junio se estrenó como camarero en un bar cercano. El contrato, inicialmente solo de verano, fue prorrogado para cubrir la baja de su única compañera. "Está encantadísimo, es un trabajo real, con su sueldo, horarios y libranzas", se maravilla María.

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