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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Del Estado de bienestar a la sociedad participativa?

Mutualismo y cooperativismo son un gran campo para la acción política, una opción radical y de autonomía social

Joan Subirats

La crisis no se ha acabado, como dice Felip Puig. Pero, probablemente es mejor que no sigamos hablando de ella. Preocupémonos más bien en como abordar el nuevo escenario. Sobre qué bases, sobre qué valores y principios. Aclarando hasta dónde queremos llegar para mantener un sustrato mínimo de solidaridad y redistribución que evite la generalización del conflicto social. De momento estamos atrapados en un debate en el que unos dicen que todo va bien, y que solo hemos de esperar a que escampe, pero mientras no dejan de tomar decisiones que van cambiándolo estructuralmente todo. Otros, en cambio, no paran de denunciar lo que ocurre, pero siguen aferrados a que todo podrá ser como era si cambiamos el Gobierno del Estado o si conseguimos la independencia. Los problemas son más profundos. Afectan a coordenadas vitales básicas: trabajo, subsistencia, cuidado, vínculos, espacio.

Hace unos días, el rey de Holanda, Guillermo Alejandro, leyó un discurso en el Parlamento (redactado por el Gobierno que preside Mark Rutte) en el que anunció la imposibilidad práctica de mantener el Estado de bienestar. Y añadió que ello no era solo por las dificultades financieras de los Países Bajos, sino que, además, “las expectativas de la gente no son ya las mismas… la gente quiere tomar sus propias decisiones. Pedimos a cada uno que asuma sus responsabilidades. Cambiaremos del Estado de bienestar a la sociedad participativa”. Más descentralización hacia los municipios y más responsabilidad individual. Admitió que “los cambios son complejos y radicales, pero necesarios”. Holanda, que cuenta ahora con un Gobierno de coalición socialdemócrata-liberal, se alinea pues, en parte, con las propuestas del Gobierno conservador-liberal de David Cameron.

El cambio en la política holandesa no es algo sorprendente si uno observa su evolución. Pero, el anuncio plantea algunas cuestiones. Hemos de recordar que Holanda ha despuntado por su pragmatismo y por ser un cierto laboratorio de políticas públicas. Pensemos en temas como la movilidad en bicicleta, el matrimonio entre homosexuales, la incorporación de prácticas de muerte digna, la prevención de embarazos en adolescentes o la legalización de las drogas blandas, entre otros aspectos no menores. Ahora pasa por lo que algunos califican de Triple A Blues: forma parte del club de países deudores en categoría AAA, padece una burbuja inmobiliaria muy significativa, aumenta el desempleo juvenil y apenas crece económicamente. Asume costes del rescate a países del Sur, sin los retornos de Alemania y, además, aumentan las tensiones sociales. Holanda se aleja de lo que algunos teóricos de la política llamaron “democracia consociacional”, fundamentada en un amplio consenso político que evitaba tendencias centrífugas.

¿Qué aprender de todo ello? La pérdida de peso del Estado-sujeto, debería revalorizar la idea de Estado-función. Menos rito y delegación. Más proximidad y acción. Es evidente que la gente debe aprender a depender menos de unos poderes públicos que no volverán a ser capaces de mantener sus promesas. Más modestia institucional, no implica forzosamente una salida individualista a la holandesa o británica. Permite generar espacios para un mayor protagonismo social y mutualista. La izquierda apegada a ver en las instituciones la única palanca de transformación, ha percibido al mutualismo, junto al cooperativismo, de larga tradición en Cataluña, como una forma de solidaridad entre pobres. Cuando en realidad, mutuas y cooperativas, han sido (y algunas aún son) la expresión de coaliciones democráticas que se plantean objetivos básicos de apoyo mutuo, de propiedad común, con sistemas de autogobierno y raíces territoriales profundas. Son alternativas solidarias, no individualistas. Que permiten recuperar sobre nuevas bases unas políticas de bienestar fundamentadas en las personas. He ahí un gran campo para la acción política, una opción radical y de autonomía social contra las políticas de austeridad. Aprovechando también la gran tradición municipalista, desde la que impulsar una Europa de libertad y de justicia social, y no de Estados gestores del pago de la deuda.

Joan Subirats es catedrático de Ciencias Políticas de la UB.

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