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'IN MEMORIAM'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teresa Losada, ángel de los ‘sin papeles’ barceloneses

Profesora de Lengua y Literatura árabe, dejó la universidad en los años setenta para ayudar a los inmigrantes magrebíes

Francesc Valls
Teresa Losada, monja franciscana, en 1997.
Teresa Losada, monja franciscana, en 1997.marcel.lí sàez

Teresa Losada (Lugo, 1943) a mediados de los años setenta dejó su carrera como profesora de Lengua y Literatura Árabe en la Universidad de Barcelona para convivir de cerca con la inmigración pobre en Sant Vicenç dels Horts, en el cinturón de Barcelona. Allí entre las empinadas calles de los barrios de Sant Josep y la Guàrdia centró su actividad la comunidad de monjas franciscanas a la que pertenecía. Vivía en una pequeña casa con un jardín rebosante de flores. Trabajaba de cerca con lo que llamaba el islam tranquilo, constituido por inmigrantes sin papeles que intentaban recrear su país a cientos de kilómetros de distancia sin recurrir a las subvenciones de los Gobiernos corruptos, interesados en el control social e ideológico de sus súbditos. Ella acogía a ese islam autoorganizado, el que trabajaba en los andamios, las fincas agrícolas de Baix Llobregat o como vendedores ambulantes. “No hay problema de discriminación con los musulmanes que vienen a pasar sus vacaciones a Marbella”, solía repetir. Tenía autoridad moral sobre los inmigrantes de Sant Vicenç dels Horts. Su voz se hacía oír en los litigios domésticos, en los que con frecuencia debía defender a las mujeres magrebíes de los excesos autoritarios de sus maridos. A finales del mes pasado, un cáncer segó la vida de Teresa Losada.

En la calle de la Princesa de Barcelona instaló su sede la asociación Bayt Al-Thaqaha, que acogía a inmigrantes deseosos de integrarse y aprender catalán y castellano. La mayoría no tenía papeles, pero eso nunca la arredró. En cierta ocasión, una redada policial convirtió en un tímido cuarteto a la orquesta de música árabe que ensayaba en el local de la fundación. La actividad continuaba, porque el proceso migratorio con o sin papeles era imparable. Suplía la falta de medios con la voluntad de jornadas interminables y conversaba incesantemente con todos. Su labor le valió la Creu de Sant Jordi, concedida por la Generalitat en 2002, o el memorial Cassià Just en 2012

Teresa Losada solía desconfiar de los políticos y su aproximación al fenómeno migratorio. Aseguraba que la complejidad del islam no se conoce a través de las embajadas. Su profundo conocimiento hizo que con el tiempo los políticos le hicieran un hueco cuando necesitaban consultar a alguna experta “no oficial”. Pero recelaban de ella, pues no tenía contacto con los árabes poderosos. Era una gran admiradora de Khalil Gibran, un polifacético escritor cristiano maronita, y de los textos poéticos del maestro sufí Al Hallaj, ciertamente personajes no gratos para el islam oficial. El primero por infiel (cristiano que murió de cirrosis) y el segundo por ser exponente de esa libertad que detestan los burócratas religiosos, exégetas de grandes certitudes del libro sagrado.

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