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Un entierro de beneficencia para un ‘lobo solitario’

Crece el número de personas cuyo sepelio debe costear el Ayuntamiento

Jessica Mouzo
Despedida de Rafa, el 'Lobo solitario', en Barcelona.
Despedida de Rafa, el 'Lobo solitario', en Barcelona. Gianluca Battista

El único sonido que interrumpe el rotundo silencio del cementerio de Montjuïc en Barcelona es el vaivén de los cipreses que ventean en lo alto de la ciudad y la paleta de uno de los enterradores, que se afana por tapiar el nicho alto y esquinado donde han cobijado a Rafa, el Lobo Solitario, como solían llamarlo en la cárcel, donde pasó casi la mitad de sus 55 años de vida. A sus pies, para despedirlo, cuatro trabajadores y una voluntaria de la Fundación Arrels —que asisten a personas sin techo en Barcelona—. A falta de amigos y familia, el cortejo de Arrels lo acompaña hasta el final, como hacen con los demás “lobos solitarios” que pasan por sus manos y fallecen con los bolsillos vacíos y sin más compañía que su soledad.

El de Rafa es un entierro de beneficencia, que corre a cargo de la funeraria municipal, Cementeris de Barcelona. La empresa ha visto cómo se ha duplicado, en los últimos cuatro años, el número de fallecidos sin recursos que no pueden costearse el funeral. En 2012, la funeraria asumió la sepultura de 282 personas, un 20% más que en 2011 y el doble que en 2009. Los sepelios supusieron un desembolso de 486.000 euros para las arcas municipales y, según el director general de Cementeris de Barcelona, Jordi Valmaña, se augura un incremento de estos entierros “en torno al 35%” para el 2013.

Una fundación se ocupa en Barcelona de acompañar a los muertos sin familia

La capital catalana no es la única ciudad que acusa el aumento de los sepelios de beneficencia. Entre enero y agosto de 2013, el Ayuntamiento de Madrid asumió 72 entierros de gente sin recursos, un 6% más que en el mismo período de 2012. La Generalitat valenciana, por su parte, ya ha sufragado el coste de 25 sepulturas en lo que va de año frente a las 32 de las que se hizo cargo en todo el 2012. En Vigo, la ciudad más poblada de Galicia, el Ayuntamiento también ha notado un incremento de los entierros de beneficencia en los últimos cuatro años: si hasta entonces se celebraban unos 15, desde 2009 esa cifra anual oscila entre los 23 y los 28.

Antes de dar sepultura a Rafa, Enric, el único hombre del cortejo, posa un ramillete de flores rojas y blancas sobre el humilde ataúd de madera. La trabajadora social que trató al fallecido en los últimos años, Marta Maynou, sigue con el acto recitando unas palabras para recordar una vida marcada por la soledad y una compleja situación familiar que lo abocó, desde muy joven, a la delincuencia, las drogas y, finalmente, a la cárcel. Como desconocen si es creyente, Juani López, la voluntaria, reza un Padrenuestro, “por si acaso”. “Si se trata de un creyente rezamos y si no, le dedicamos unas palabras, y luego publicamos un recordatorio en nuestras instalaciones. Así hacemos visible a esa persona y su fallecimiento”, explica Enric, responsable del dispositivo de despedida.

Rafa será algo más que una cifra en el apartado de beneficencia del Ayuntamiento de Barcelona. Con un poblado bigote blanco y profundos surcos bajo los ojos, la imagen del fallecido ya sonríe colgada en la pared de la fundación, para que nadie lo olvide.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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