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Hallados más restos de arte rupestre con 12.000 años de antigüedad

Los arqueólogos destapan un centenar de motivos artísticos en Cova Eirós

Los arqueólogos trabajando en 2012
Los arqueólogos trabajando en 2012 ANXO IGLESIAS

Un año después del gran hallazgo, los arqueólogos han vuelto a Cova Eirós, la gruta de Triascastela (Lugo) que guarda en sus paredes las primeras muestras de arte rupestre paleolítico localizadas en Galicia. Tras tres semanas de trabajos, han encontrado más de una decena de motivos artísticos que sumar a los 84 grabados y pinturas —bóvidos, équidos, cérvidos y también signos no figurativos— descubiertos el año pasado. A falta de clarificar el entramado de líneas, se estima que el total de motivos llegará al centenar, aunque no todos serían de época prehistórica.

 Los nuevos restos se hallaron en las galerías interiores de la cueva, y siguen los mismos patrones estilísticos que los de la gran sala, por lo que el equipo científico aventura que son coetáneos. No obstante, la densidad de grabados es mucho menor en estas zonas secundarias, tal y como preveían los arqueólogos. Para ayudar en esta labor, se desplazó al yacimiento lucense Ramón Viñas, especialista en arte rupestre. Además, se aprovechó la campaña para revisar los paneles ya escrutados y realizar nuevos calcos. En la cueva ya se había encontrado en 2011 una azagaya —un tipo de proyectil— decorada.

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A la espera de que las pruebas de carbono 14 lo corroboren y tras meses de estudio sobre lo descubierto en 2012, el equipo científico estima que la mayoría de esos restos de arte prehistórico se remontan entre 12.000 y 10.000 años atrás, en la fase final del Paleolítico superior. Así lo explica Arturo de Lombera, coordinador de la excavación, que aclara que otra parte de lo hallado se podría fechar en 20.000 años BP (antes del presente). Es posible, además, que algunos de los grabados sean de épocas más recientes, como de la Edad Media.

Si la hipótesis, fundamentada en los rasgos estilísticos de las pinturas y grabados, se confirma se trataría de un yacimiento nuclear para investigar el arte de este periodo, mucho menos conocido que el celebérrimo de Altamira o Tito Bustillo, producido varios milenios antes. Frente al realismo canónico de los zoomorfos de esos yacimientos cantábricos —identificados en el imaginario popular como las formas artísticas propias de los hombres de las cavernas—, los de Cova Eirós presentan convencionalismos distintos: cabezas alargadas, cuerpo un tanto desproporcionado, dorso estriado y patas muy estilizadas.

Estos rasgos coinciden con los de otras estaciones coetáneas del norte peninsular, como la Quinta do Fariseu, en el norte de Portugal. Sin embargo, los ejemplos son escasos, lo que acrecienta el interés científico del yacimiento lucense. Este periodo del Paleolítico superior supone la fase final de una época en la que el hombre era nómada y basaba su subsistencia en la caza y en la recolección.

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En cualquier caso, la importancia del yacimiento no se limita a las pinturas, sino que a lo largo de las cinco campañas anteriores se ha erigido como una fuente de información esencial sobre la prehistoria en el noroeste peninsular. Su relevancia radica, en la larguísima secuencia temporal durante la que fue utilizada la cueva, que abarca desde el Paleolítico medio hasta esa fase final del Paleolítico superior a la que pertenecerían los restos artísticos. Se han datado materiales de 80.000 años de antigüedad, la época dominada por los neandertales; y también se han documentado evidencias de hace 32.000 años, ya con el homo sapiens en escena.

Así, en esta última campaña han salido a la luz muchos restos del nivel más antiguo de la cueva. Es la época de los neandertales, mal conocida en Galicia porque la acidez del suelo dificulta la conservación de materiales tan antiguos. No es el caso de Cova Eirós, de suelo calcáreo.

En ella, además de industria lítica, se han encontrado numerosas evidencias de los animales —ciervos, caballos, bóvidos, osos de las cavernas— que consumían sus pobladores, algunos incluso con trazas de haber sido procesados. Estos huesos fosilizados no se conservan en otros yacimientos de la misma época de la comunidad, como los Ourense o el Baixo Miño. Para la construcción de las herramientas, realizadas con la típica talla Levallois, se utilizaron materiales no presentes en la zona, lo que indica un esfuerzo por conseguir materias primas.

Al nivel auriñaciense —ya en el Paleolítico superior, hace 32.000 años— pertenece otro de los hallazgos más espectaculares de esta campaña: los restos de un león de las cavernas, también conocido como pantera de las cavernas, especie con escasa presencia en el noroeste peninsular, explica De Lombera, que coordina el equipo conjunto de doce investigadores de la Universidade de Santiago de Compostela y de la Rovira i Virgili de Tarragona. Tras el trabajo de campo, ahora los arqueólogos vuelven al laboratorio y al despacho a analizar lo encontrado para poder seguir armando el puzle de la prehistoria gallega y del norte peninsular.

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