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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En nombre de los valencianos

Alberto Fabra no controla al partido y eso se nota cuando algunos veteranos dirigentes se preocupan más por las cuestiones internas que por las externas

El PP ha sido desde 1995 el partido que mejor ha representado los intereses de los valencianos. De ahí sus sucesivas y contundentes victorias en todas las elecciones. Su mimetización con la sociedad fue posible gracias a tres ideas-fuerza: excitación de la autoestima; construcción de una falsa modernidad, posible por los excedentes de la burbuja inmobiliaria y abuso del victimismo político, en el que todos los logros alcanzados eran gracias al esfuerzo ingente del pueblo valenciano y de los preclaros e indomables dirigentes del PP y a pesar los socialistas y/o catalanistas, fundamentalmente, que contaban con el concurso inestimable de Esquerra Unida y, en ocasiones, de los nacionalistas del Bloc/Compromís. Tres ideas que fueron difundidas a través de un aparato de propaganda dirigido desde Presidencia de la Generalitat que tenía sus terminales en la radiotelevisión pública y en algunos medios de comunicación privados.

Toda esa gran mascarada se vino abajo con el estallido de la burbuja inmobiliaria, que desnudó las miserias de las cuentas públicas y con las actuaciones de policías, fiscales y jueces que destaparon la corrupción que anidaba en el seno del PP. Despertados de su idílico sueño, los valencianos, en acertada frase del secretario general del PSPV, Ximo Puig, descubrieron que estaban hartos de ofrendar nuevas glorias a España; que la modernidad de la que tanto presumían no era más que el resultado de un despilfarro económico ilimitado y que el victimismo era lo que nunca dejó de ser: un disfraz con el que los dirigentes populares ocultaban su propia incapacidad. Secas las arcas públicas, el aparato propagandístico se gripó.

La pérdida del Gobierno de la Generalitat por parte del otrora imbatible PP empieza a ser algo más que una quimera. Lo saben en la calle de Cavallers y lo sabe ya hasta la oposición que, en general, es la última en enterarse de casi todo. Pero lo sorprendente es la reacción de los populares ante esta situación. Incapaces como son de tener una idea política novedosa, han echado mano del argumento de siempre sin ser conscientes de que la situación es muy diferente.

Carlos Marx, en la que ya es una cita muy sobada, afirmó que la historia se repite, primero como tragedia, luego como una farsa. La Comunidad Valenciana vive atrapada en una tragicomedia en la que sus actores principales aún creen que puede mantener el artificio con los espejuelos de siempre. La autoestima la vuelven a disfrazar de anticatalanismo. Si hubo un tiempo en que todos los males que nos iban a ocurrir serían consecuencia de la supresión del trasvase del Ebro (¿por cierto, alguien sabe de su paradero?), ahora un simple recurso del alcalde de Tarragona, con el apoyo de los concejales del PP, al trazado del tercer carril del corredor mediterráneo o la simple posibilidad de que la cadena a favor de la independencia de Cataluña llegue hasta Vinaròs, les basta para blandir el espantajo del anticatalanismo, tan rentable en otros tiempos. A falta de debate sobre los símbolos de los valencianos, bien sirve la bandera de la República (¡hay que tener valor y desvergüenza!) para tapar los excesos neofascistas de sus jóvenes cachorros demasiado admiradores del franquismo. En el PP, ahora mismo, hasta se echa en falta un príncipe de Salinas que explique la necesidad de cambiar algo para que todo siga igual. Siguen hablando en el nombre del pueblo valenciano y no saben que hace tiempo que lo dejaron de representar.

Alberto Fabra, al que le encargaron desde Madrid que limpiara los establos de Augias de tanto estiércol, se ha enredado en sus propias líneas rojas. La encomienda que le hicieron desde la calle Génova era, como ha podido comprobar, un imposible. No se puede apartar a quienes forman parte de la estructura del sistema sin cambiar el sistema entero. Y eso significa poco menos que dinamitar buena parte de la estructura de poder del PP. El presidente lo ha comprendido, si es que lo ha comprendido, un poco tarde. Dentro del PP se están tomando decisiones desde las direcciones provinciales que le dejan bastante malparado. No controla al partido y eso se nota cuando algunos veteranos dirigentes se muestran más preocupados por las cuestiones internas que por las externas. Sobran gallos en el gallinero que hoy es el PP de la Comunidad Valenciana. Fabra debería leerse El Gatopardo de Lampedusa. Me temo que ya no le basta con el Arroz y tartana de Blasco Ibáñez.

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