_
_
_
_
_
LA FERIA DE bILBAO

Interés entre nueve toros

La corrida, en la que hubo tres sobreros, ofreció astados con posibilidades para mejores faenas

David Mora en un quite del segundo de Alberto Aguilar
David Mora en un quite del segundo de Alberto AguilarFERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Castaño colocó de largo al cuarto y el público aplaudió a rabiar. Lo hizo en el segundo puyazo y lo dejó en los medios para el tercero. Expectación y alegría cuando Tito Sandoval movió el caballo y colocó la vara. Gran ovación para el varilarguero. En Bilbao también gusta ver el tercio de varas. Y la afición ha estado toda la semana callada mientras en las seis tardes anteriores se les privó del primer tercio. En el mundo del toro no se debe estar callado. Este espectáculo es la mayor expresión de la voz popular, capaz de otorgar orejas con la potestad de sacar el pañuelo y el presidente está obligado a someterse a la voluntad de la mayoría.

Ejercicio de democracia, lo que no quiere decir que vaya a ser acertado, porque la primera decisión de mayoría popular que se recuerda en la historia acabó condenando a Jesucristo a la cruz al grito de ‘¡Liberad a Barrabás!’. Pero el pueblo de Bilbao representado en los tendidos sólo tiene aplausos. Los aficionados no se atreven a silbar cuando sale un toro sin el trapío suficiente para esta plaza; se ven sometidos por los que aplauden a los picadores cuando no pican. Es una amable educación de un público que ha confundido la educación con el silencio. La fiesta de los toros se caracteriza por los triunfos y las broncas. Cuando algo gusta, se aplaude a rabiar y, cuando no se está de acuerdo con algo, se silba, que eso da categoría a la plaza.

Aguilar cortó una

En el segundo, salió el toro cayéndose y por fin, una protesta en condiciones. Hasta el tendido 6 de Vista Alegre llegaron unos destacados del famoso tendido 7 de Madrid y empezaron a protestar. Hubo quien les recriminó su actitud, pero su exigencia se contagió por los espectadores como llevada por la lluvia que apareció a ráfagas durante la tarde. A partir de ahí se pasaron muy pocas y salieron hasta nueve toros, tres sobreros, uno del hierro del cartel y dos de Puerto de San Lorenzo, el último un torazo de 676 kilos que abultaba más que un tren de mercancías.

Sin embargo tuvo nobleza y metió la cara en una buena tanda al natural, pero su cuerpo no aguantó mucho tiempo. Era para echarse a temblar y se encontró con un torero macho, que dicen en México, Alberto Aguilar, que hizo un final de faena vibrante junto a las tablas y arrancó una oreja con mucha verdad. En su primero, el madrileño no había estado a la altura de su buen oponente y alternó naturales buenos con demasiados pases aliviados. David Mora y Javier Castaño también tuvieron su ocasión, pero no supieron tocar las teclas necesarias. Castaño se dejó ir a un cuarto con muchas posibilidades, al que muleteó con la misma técnica que si fuera una alimaña. De igual manera, Mora no apretó los dientes para acabar de exprimir al que cerró un festejo que tuvo mucho más interés que la anécdota de un tercer sobrero jurásico.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_