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LA CRÓNICA DE BALEARES

Gibraltar, conexión insular

El Peñón, en los años sesenta y setenta, fue base de suministro de tabaco y refugio de capitales de las compañías de contrabando insulares

El Peñón de Gibraltar.
El Peñón de Gibraltar.tolo ramón

“¡A toda máquina, rumbo a Gibraltar!”. El patrón contrabandista reaccionó al abordaje y a la llegada de un visitante intrépido. Un uniformado saltó desde su lancha de Aduanas sobre la cubierta del barco clandestino. El representante de la autoridad ordenó “¡Alto!” a la tripulación y dio por requisado el barco con su alijo de tabaco.

La embarcación rugió desde sus tripas y en su fuga el mar se abrió en olas. “Tira millas”. Atrás, incapaz de darle alcance en la persecución desigual, quedó la barquilla estatal, la Tabacalera, sin mando, con el funcionario rehén insospechado del otro bando.

Estos episodios no constan en los expedientes administrativos

Resultó un viajero imprevisto, polizón secuestrado durante las 24 horas de travesía desde Mallorca hasta su liberación en Gibraltar. El Peñón, en los años sesenta y setenta, tras la independencia de Argelia, fue base de suministro de tabaco y refugio de capitales de las compañías insulares. También Malta y Dubrovnick.

Ocultos en el maletero del coche entraron en el Peñón J. Moll y A. Fontanet

El episodio, con sus aspectos ridículos, del servidor de la ley no es leyenda, aunque no consta en la historia ni queda el relato en los expedientes administrativos. Ocurrió hace más de medio siglo. Los contrabandistas insulares dejaron en evidencia al Estado, una vez más en 400 años de pugnas. Se ignora la biografía del pasajero imprevisto, del funcionario humillado.

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Las compañías jugaban colocadas y ganadoras. Sus apuestas eran vencedoras ante la Administración, por su poder y capacidad de corrupción. La principal sociedad del cono sur de Mallorca en este negocio centrado en burlar el Estanco Real, monopolio e impuestos, había adquirido en Panamá dos lanchas cañoneras de la armada de Estados Unidos. Les adaptaron más motores que triplicaban su potencia y velocidad, caballos para ocasiones tan repetidas de fugas, emergencias y sorpresas. Pero la astucia y la lentitud persistieron.

“En la barca del bou Porto Cristo, con un motor alemán de dos pistones, navegábamos durante cuatro días para llegar a Gibraltar. Cargábamos en transbordo hasta 300 cajas. El tabaco pesa poco”. Andreu, es Ros Campet era uno entre seis aventureros en negocios de sociedades secundarias, con inversores a riesgo.

El sábado, Andreu, también apelado io capitano, habla y muerde alitas de pollo con mirada pícara gastada por el sol del mar y el cristal. Se refiere a asuntos de dos generaciones atrás. Es un testigo solitario. “No sé qué se hizo de aquella gente. Gibraltar estaba bien pero saltábamos poco a tierra”, acaba quien conoció el sonido de las balas y la prisión en Francia.

Apretados como sardinas, ocultos en el maletero de un coche, una vez entraron en Gibraltar Jaume Moll y Antoni Fontanet. Eran dos de los señores de compañías contrabandistas. Ambos viven camino de los 90 años y los 100. Acabaron distanciados por pugnas y vendettas, venudas, intervenciones de partidas, pérdidas de barcos y detenciones.

Nunca más estuvieron tan cerca como aquella vez del paso de la frontera —con sus millones— de la Línea. Fontanet es un gigante del comercio, café, harinas, pollos, ganado y pienso; lo fue de las urbanizaciones, nunca en turismo. Moll se hizo millonario, invirtió en hoteles y tierras y en una crisis de los noventa, una parte de su fortuna fue tragada en créditos en yenes y por dos tiburones financieros, legalmente según los jueces. Búfalo Moll no ha dicho la última palabra.

Los grandes capitales se acumularon en el Peñón y, también, en Andorra, exmicroterritorios fiscalmente negros. Allí se iba y se va con el dinero en efectivo. Los negociantes tenían un hombre o más, delegados en Gibraltar, encargados de organizar la compraventa inicial, pagar, acreditar barcas nodrizas y concertar citas y cargas.

L’amo en Biel, es Padrí, número tres de una empresa puntera del Cono Sur, aún evoca deudas pendientes de potentados. Explica que él iba con un maletín con pesetas o divisas “a pagar a bordo, al capitán del barco que no se acercaba al litoral”. Pago al contado, a la llegada de las cajas que después trasladaban a tierra en llaüts y cargaban a brazos en la playa o acantilado decenas de cómplices a sueldo.

Más lejos y tan actual, el capitá Toni, Antonio Barceló (Palma 1717-1797). Marinero y corsario contra moros, general de la Armada, que con sus barcas cañoneras en 1779 asedió Gibraltar. Un biógrafo elitista dice de él que era tosco en el hablar y brusco en sus modales y que su “instrucción se limitaba a saber escribir su nombre”.

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