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Trias tropieza con el ‘top-manta’

El aumento de la presión policial se muestra incapaz de erradicar la venta callejera “No tenemos otra salida que vender”, aseguran los ‘manteros’

Una mujer se interesa por los relojes de un mantero.
Una mujer se interesa por los relojes de un mantero. Gianluca Battista

Ibrahima y siete manteros se esconden en el subsuelo de la plaza de Cataluña mientras dos agentes de la Guardia Urbana patrullan en la superficie. Los fardos llenos de bolsos, relojes, gafas de sol o CD no sorprenden a la gente que camina por la estación del metro. Es una situación habitual. Cuando Ibrahima, de 27 años, llegó de Senegal hace año y medio solo tuvo dos opciones: “O chatarrero o mantero”, recuerda. Desde entonces vende bolsos en las zonas más turísticas de Barcelona para pagar un pequeño piso en el que vive con otros cinco manteros. Todo el dinero que consigue ahorrar lo manda a su familia en Senegal.

La venta callejera de todo tipo de mercancías falsificadas, conocida como top manta, constituye uno de los fenómenos más arraigados en Barcelona en los últimos años. Y uno de los principales fracasos del alcalde de la ciudad, Xavier Trias (CiU), que desde el sillón de la oposición cargó por ello con dureza contra su antecesor en el cargo, Jordi Hereu (PSC), y prometió erradicar la venta callejera. Pero lo cierto es que, aunque ha habido un aumento de denuncias y de presión policial, los manteros, movidos por la imperiosa necesidad de sobrevivir, han demostrado ser mucho más resistentes.

El alcalde prometió erradicar el fenómeno cuando llegara al cargo

“Gano entre 10 y 20 euros al día vendiendo los productos que compro en un local de Badalona”, explica Ibrahima en un precario castellano. Las multas por la venta ambulante ilegal, según la ordenanza de convivencia ciudadana de Barcelona, pueden llegar hasta los 500 euros. Ibrahima asegura que ha sido multado en varias ocasiones, pero “nunca” ha podido hacer frente a las sanciones. Sus compañeros se ríen cuando oyen hablar de “mafias” o “grupos organizados”. “No tenemos otra salida que vender. No hay asociaciones que nos ayuden a mejorar nuestra situación. Solo nos ayudamos entre nosotros”, se quejan los compañeros de Ibrahima. Se oye un silbido desde el fondo del andén. Es la señal. Los manteros cogen sus fardos y vuelven a la calle. Los policías ya se han ido.

Durante los seis primeros meses del año, la Guardia Urbana de Barcelona ha impuesto 25.147 denuncias, principalmente por venta ambulante en espacio público, pero también a los compradores. Esta cifra supone un incremento del 11% respecto al mismo periodo del año pasado, mientras las llamadas de ciudadanos denunciando esta práctica han disminuido un 31%. El Ayuntamiento asegura que ha reforzado este verano el patrullaje habitual de las Unidades Territoriales con 40 agentes centrados únicamente al fenómeno del top manta. Fuentes municipales incluso aseguran que la fuerte presión ha obligado a muchos manteros a desplazarse a otras poblaciones como El Vendrell, Salou, Roses, Terrassa o Mataró. Pese a todo ello, los vendedores ambulantes siguen formando parte del paisaje urbano de Barcelona, especialmente en las zonas céntricas y más turísticas.

Las entidades de senegaleses critican que se criminalice al colectivo
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La historia de Amadou Bocar Sam es muy distinta a la de Ibrahima. Después de seis años de trabajos precarios en España, donde llegó procedente de Senegal, en 1997 empezó un máster de cooperación y desarrollo en Madrid. “Por las mañanas vendía productos en el metro y lo que ganaba me servía para pagarme los estudios”. Ahora, como presidente de la Coordinadora de Asociaciones de Senegaleses de Cataluña, denuncia la criminalización a la que se somete a los manteros. “Es una actividad degradante que te expone muchas veces a la brutalidad policial, pero es la única salida para dar de comer a la familia”.

Sam cree que la difícil situación económica y la estigmatización a la que están sometidos los inmigrantes irregulares impide a los jóvenes subsaharianos tener un futuro más allá del top manta. “Antes considerábamos la venta ambulante algo temporal hasta acceder a mejores trabajos o, como en mi caso, nos daba dinero para mejorar nuestros estudios. En su momento se dejó entrar a muchos inmigrantes para que hicieran los trabajos que nadie quería hacer. Ahora estos trabajos los ejercen los autóctonos y a los sin papeles solo les quedan actividades consideradas delictivas para poder sobrevivir”, explica Sam. Este añade que las asociaciones de inserción social en las que colabora informan y asesoran a estos colectivos, pero no disponen de los recursos suficientes para provocar un cambio de tendencia real: “No somos nadie para obligar a un mantero a dejar de ejercer esta actividad si no le podemos ofrecer una alternativa inmediata”.

Sam asegura que no conoce a ningún senegalés que importe la mercancía que se vende en el top manta. “Es una cadena de la cual ellos son la parte más visible, pero no la que más se lucra. Solo existe una red de solidaridad entre senegaleses para intercambiarse información sobre dónde conseguir la mercancía, pero no saben ni les interesa saber quién la importa”, explica. Además, manifiesta que desde las instituciones se acoge pero no se integra a los inmigrantes. “La Administración solo se fija en este colectivo cuando aparece en la prensa, y sus propuestas siempre acaban en papel mojado. Es necesaria una integración real y a todos los niveles de los inmigrantes para que tengan otras salidas aparte de la chatarra y el top manta”.

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