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opinión

Malas costumbres

La aversión hacia la política coincide con la indiferencia

Se repite el procedimiento: la despedida súbita e intempestiva del presidente de la Junta de Andalucía culminará cuando José Antonio Griñán presente su dimisión a finales de agosto y, en los primeros días de septiembre, haya nueva presidenta, Susana Díaz. Griñán opta por la vía sigilosa que inauguró Manuel Chaves en la primavera de 2009, pero más perentoriamente, a mayor velocidad: todo se habrá consumado en una semana. Parece que Chaves impuso la norma no escrita de dejar la presidencia sin explicaciones parlamentarias, y que tampoco Griñán hablará de su dimisión ante el Parlamento que lo eligió hace 15 meses. Lo adecuado en estos casos, a mi juicio, sería dimitir del cargo de la misma forma en que se asumió: ante los diputados.

No estamos en un sistema presidencialista, sino parlamentario: puesto que al presidente lo eligió el Parlamento, ante el Parlamento debería renunciar a su cargo. Pero nuestros partidos gobernantes han procurado reducir los parlamentos a cámaras de asentimiento y adhesión, decorativas e insustanciales a la hora de las decisiones trascendentes. El actual Gobierno nacional del PP es un ejemplo de respetuoso desaire al Congreso. Cuando los políticos profesionales se duelen del poco aprecio que les merecen a los ciudadanos, olvidan el inmenso desdén que los gobernantes demuestran hacia las instituciones democráticas. El desdén ciudadano hacia la política solo es un reflejo o una consecuencia del desdén de los políticos hacia los ciudadanos.

Por lo que oigo y veo, no creo que a la mayoría le importe demasiado la noticia de la inminente dimisión del presidente andaluz. Como me decía un señor el martes: “Da lo mismo. ¿No?" La aversión hacia la política coincide con la indiferencia, que es una forma de desapego, de fastidio, de distanciamiento o enemistad. En cuestiones vitales los gobernantes demuestran un grado de impotencia o irresponsabilidad que les priva de autoridad moral, pero reaccionan, se arman y responden siempre con nuevos tics autoritarios: fortalecen su feroz instinto de conservación, el ensimismamiento partidista. Han ido perdiendo en estos años la complicidad ciega, silenciosa o locuaz de la población según menguaba la fluidez de dinero, y la circulación de dinero ha disminuido mucho. Hace dos domingos, hablando con Daniel Verdú, el cantante Falete meditaba a propósito de la mentira en política: “Ha existido siempre”, decía, “pero vivíamos bien y no prestábamos atención”.

Hay quien todavía distingue entre los partidos y el aparato de los partidos, aunque hoy hablar del aparato del partido parezca una redundancia: nuestros partidos son esencialmente aparato, solo aparato. Los militantes han sido sustituidos por clientes, familiares y amigos del aparato. Y los partidos han sustituido a los votantes y, más aún, a los parlamentos: la elección de la futura presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, es una cuestión de partido, como lo fue la primera elección de José Antonio Griñán. El Parlamento y los votantes son secundarios. Parecía excepcional el procedimiento al que recurrió Manuel Chaves en 2009 para cederle la presidencia de la Junta a su consejero de Economía, pero al mismo procedimiento se atendrá José Antonio Griñán dentro de unas semanas.

“Irrumpen los leopardos en los templos y se beben los cálices: esto se repite y se repite, hasta que se vuelve previsible y se transforma en parte de la ceremonia”. Lo escribió Kafka en 1918. Ahora, en 2013, lo que debería ser excepcional y raro como un leopardo en el templo —que el presidente elegido por el Parlamento se vaya sin comparecer ante el Parlamento— parece haberse convertido en norma y parte de la ceremonia política. Pero hay otra manera de ver el asunto: aquí lo normal sería el método Chaves-Griñán, si regreso a las costumbres que conocí en mi infancia y recuerdo los sabios silencios del padre, exento siempre de dar explicaciones a los hijos-súbditos. Mariano Rajoy, el actual presidente del Gobierno nacional, es un caso extremo de silencio autoritario: incluso cuando presume de dar explicaciones, no las da. Les recrimina a quienes las piden que están poniendo en peligro la grandeza de la patria.

Justo Navarro es escritor.

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