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Dos minutos en el cementerio de maletas

En el pabellón deportivo del Instituto Rosalía de Castro cientos de objetos personales esperan a que alguien los venga a recoger

Equipaje de los pasajeros del tren accidentado el pasado miércoles esperando a ser recogidos.
Equipaje de los pasajeros del tren accidentado el pasado miércoles esperando a ser recogidos.Xoan Rey (EFE)

En el pabellón deportivo del Instituto Rosalía de Castro, situado en la parte vieja de Santiago, cientos de maletas y objetos personales esperan a que alguien los venga a recoger. Han sido separadas en dos grupos: a un lado, unas pocas que han podido ser identificadas. Al otro, los bultos que no tienen dueño. Bicicletas, carritos de bebé e innumerables maletas —algunas totalmente destrozadas o llenas de sangre— significan para muchos el último recuerdo de un ser querido al que han perdido de manera precipitada.

El goteo de familiares de víctimas que acuden a recoger los objetos empieza sobre las cinco de la tarde. Una fina lluvia cubre el centro de Santiago y remoja a los policías que aguardan en la puerta. También a los numerosos periodistas que buscan imágenes o declaraciones de los familiares. Ninguno quiere hablar.

Un policía avisa a los reporteros a través de la puerta metálica de la entrada: queda terminantemente prohibido el acceso de cámaras de televisión y periodistas de medios escritos. Solo los fotógrafos pueden entrar al cementerio de maletas durante dos minutos y bajo estrictas condiciones. Nada de inmortalizar a ningún familiar ni maleta cuyo dueño haya sido identificado.

Un policía avisa a los reporteros: queda terminantemente prohibido el acceso de cámaras de televisión y periodistas de medios escritos

Dentro del pabellón el escenario es desolador. Dos agentes de la policía científica y judicial reciben e identifican a los familiares, que van entrando paulatinamente, algunos entre sollozos. Una vez comprobado que son allegados de las víctimas, les dirigen hacia un lado de las graderías en función de si los objetos que buscan han sido identificados o no. Los bultos ocupan toda la gradería del recinto de punta a punta, desde el primero hasta el último escalón. Algunos familiares, desesperados, no consiguen diferenciar qué maleta es la de su pariente. Muchas de ellas se parecen demasiado o han quedado irreconocibles. Algunas están totalmente rotas y se aguantan gracias a la cinta adhesiva que les ha puesto la policía; otras están cubiertas de barro, manchadas de sangre o con inmensos arañazos.

Una chica joven se halla sentada, aturdida, al lado de una maleta medio destrozada. Ya la ha identificado pero no tiene fuerzas para cogerla y largarse del lugar. Un lugar que refleja demasiado bien las decenas de vidas truncadas que no pudieron llegar a su destino.

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