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ROCK | Tame Impala
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Modositos y muy psicodélicos

La banda australiana, lo más psicodélico que ha conocido el rock en muchas lunas, confirma en La Riviera por qué tiene ya asegurado un hueco en las enciclopedias

Kevin Parker parece un chico tímido y delicado, se atusa suavemente la melena lacia y pasa todo el concierto descalzo y de puntillas, con porte de estiloso bailarín. Nos lo podríamos imaginar encerrado en su habitación de Perth (Australia) todo el día, con poco tiempo para la vida social y, en consecuencia, el consumo de sustancias raras, pero la música que ha concebido al frente de Tame Impala es lo más psicodélico que ha conocido el rock desde que Syd Barrett no había perdido la cabeza. Casi 2.000 chavales se quedaron el sábado obnubilados en La Riviera con estos cinco veinteañeros psicodélicos y modositos, pero fascinantes: en 2012 coparon todas las listas melómanas con un disco fabuloso, Lonerism, y en directo proyectan geometrías ondulantes en perpetuo movimiento, para que nuestro éxodo mental sea más intenso todavía.

Parker canta con voz procesada, lejana, metálica y misteriosa mientras, a su izquierda, el rubio y guaperas Jay Watson (vayan anotando el nombre de Pond, su proyecto paralelo) cabecea inmerso en un viaje interestelar. Sus teclados suenan tan rotundos y pomposos como los de Tony Banks, pero no será la única alusión a aquellos Genesis primigenios de Peter Gabriel: el punteo de Kevin al final de Mind mischief remite a Mike Rutherford, Alter ego sigue las coordenadas de It (el cierre del mítico The lamb lies down on Broadway) y la fantástica Feels like we only go backwards, ¡que se puede canturrear!, recuerda a The carpet crawlers. Prueben a organizar una lista de Spotify a partir de estos dos títulos y los ojos les harán chiribitas.

Parker seguirá comedido durante toda la hora y media de la velada, salvo cuando concluye Apocalypse dream (los títulos lo dicen todo) erizado y con el mástil de la guitarra apuntando al cielo. Pero su inventiva tiene ya asegurada un hueco en las enciclopedias. Aunque solo fuera por dos temas que sonaron de forma consecutiva: Half full glass of wine, con ese riff tan asquerosamente bueno como Sunshine of your love, y Elephant, el compás quebrado más pintón del rock en el siglo XXI. Caramba con los modositos.

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