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FRINGE13| DANZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La poesía como herramienta

Una bailarina y una pintora proponen una 'performance' tan evocadora como conmovedora

La Nave 2 de Matadero es un espacio singular, pero atractivo con toda esa restauración algo brutalista que ha dejado el cuadrilátero con un tono entre fabril y desangelado. Es un entorno que en cierto sentido viene bien a la seria propuesta de estas dos mujeres. Una viene de la danza, la otra de la escenografía. En ambas se notan influencias muy claras que gallardamente no esconden sino que usufructúan en la puesta en escena, unas líneas que van de Forti a Brown, de Cunningham a Paxton.

Un primer segmento de la performance tiene mucho de simbólico: lo que danza realmente es el orden de los papeles del guión-partitura. Las artistas obsesivamente apilan estas hojas delante de unos enormes ventiladores, que las vuelven a esparcir por doquier. Ellas recogen (ordenan) y el azar propone un vuelo (otro orden). La secuencia es demasiado larga y reiterativa, pero prepara al espectador, surte el efecto de una obertura hipnótica y concentra al auditorio hacia un discurso medular meditado donde la figura de Simone Weil (París, 1909–Ashford, 1943) ocupa el centro argumental, o mejor, el eje sináptico. Las frases, los pensamientos de la filósofa prematuramente desaparecida y que siempre tienen un tono de trágico pesimismo, ya hable de religión de arte, sirven de hilvanado.

Molano, a la japonesa y un poco a lo Cage, dibuja en tinta y aguada; en directo se proyecta su acción y sobre ella, hay otro dibujo corporal: Garzón buscando sobre su afilada silueta una salida airosa, una explicación poética a través del baile, no forzado y barnizado de cierta espontaneidad.

PARTITURA INESTABLE

Creación: Cecilia Molano (plástica y visuales); Magdalena Garzón (baile y coreografía). FRINGE 2013. Nave 2, Matadero. 6 de julio.

En un momento, bailarina y pintora hacen un dúo gestual sin pretensiones, pero igualmente conmovedor. La palabra está usada para evocar dos factores: el recuerdo de la infancia (la senda ida) y la postura ideológica ante la vida moderna (el compromiso con el arte).

La instalación de esos cordeles, esos enlaces virtuales entre el orden y la imaginación (¿recuerdan acaso a los cordeles metafóricos de Lezama Lima?) terminan de acotar la escena donde ha abundado la inestabilidad, cumpliéndose así una lealtad al título y a la estética de composición que las mueve.

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