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FLAMENCO | Miguel Poveda
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Solsticio flamenco

La primera noche de verano trajo a Madrid lo mejor del cante flamenco, cante del bueno

La primera noche de verano trajo a Madrid lo mejor del cante flamenco, cante del bueno. Miguel Poveda, catalán y payo, lo sirvió con generosidad, con ese derroche de arte que atesora desde que de pequeño escuchaba en la radio que encendía su madre los programas de copla y flamenco de las emisoras populares de la periferia de Barcelona, en las que ahogaba su melancolía la emigración charnega de interior.

Medio cante tardó Poveda en acallar el revuelo del público en Las Ventas, alborotado ante la presencia en la pista de tanto famoso suelto. Que si la Martirio, que si Loles León, que si Bibiana Fernández, que si Manuel Banderas… y tanta gente queriéndose hacer la foto a su lado. Medio cante, o sea, cuando el arrebato instrumental del arranque del poema de Miguel Hernández, Para la libertad, se calmó un poquito y a Poveda se le empezó a entender la letra al soltar la tenaza de los nervios primeros. Después Alberti y su Dejadme llorar a mares, en un tono calmo y sereno que aprovechó el cantaor para engrasar mejor aún su garganta, y llevarla a su tono conocido, limpio y claro.

El revuelo, que por pequeño no deja de ser inquietante, volvió cuando ante la tercera canción Poveda se dirigió por fin a saludar al público y exaltó su condición de catalán para presentar al primer invitado de la noche, Joan Manuel Serrat. Algún intolerante inoportuno gritó un “fuera” desde la andanada, que fue afeado enseguida en su entorno.

Pero Poveda había dicho unos minutos antes que iba a disfrutar de la noche, pues no sabía cuándo iba a poder repetir una ocasión igual, así que ni la triste anécdota le perturbó. Es más, empezó a divertirse de lo lindo cuando, al rato, quiso hacer un homenaje a los grandes del cante que le han precedido en la historia. Cambiándose de sombrero cordobés negro a blanco, echándose un fular de lunares al cuello, una gorrilla, un bastón, unas gafas oscuras… Fue pasando en cuestión de segundos de Miguel de Molina a Caracol, Valderrama, Antonio Molina, Porrinas de Badajoz…

Si su arranque de reconocimiento popular hace veinte años comenzó cuando con sólo 20 se alzó con la Lámpara Minera del Festival del Cante de las Minas fue anoche con una minera cuando alcanzó uno de sus momentos más pletóricos de voz. Y la bulería dedicada a Cádiz donde incluyó unos versos dedicados a Camarón. Pero es difícil ponerle al de anoche momentos mejores o peores. Lo mismo con los tientos, seguiriyas, tangos, soleás… o incluso las coplas, Poveda estuvo intenso y templado, donde todo el tiempo una lección magistral de jondura y rigor. Hubo también momento emotivos, como cuando María Dolores Pradera subió al escenario para interpretar Fina estampa con el cantaor. Tal fue la emoción que embargó a la cantante que se despidió con un "me voy a llorar".

Incluso la luna llena lorquiana y veraniega se asomó anoche por una esquina de la plaza de las Ventas para no perderse uno de los recitales más hermosos que allí se hayan podido dar, y ha habido unos cuantos, aunque nunca antes de un solo cantaor flamenco. De intensa, la noche pareció ayer más larga que el día, aunque fuera la del solsticio de verano. Solsticio flamenco a partir de ahora.

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