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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El honor de los expresidentes

En la Cámara valenciana se han cruzado tantas líneas rojas de decencia que ya nada parece honorable

El socialista Rafael Rubio propuso eliminar “las ventajas adicionales”. Ignacio Blanco, de Esquerra Unida del País Valencià, habló de acabar con “los privilegios”. Y Mònica Oltra, de Compromís, puso en duda las “prerrogativas”. Esta semana se habló en las Cortes Valencianas de aplicar la tijera al estatuto de los expresidentes de la Generalitat. Mientras el diputado Rubio defendía la iniciativa, Francisco Camps llegaba tranquilamente a la sede parlamentaria, después de bajarse del coche oficial con el que recorrió el breve trecho que separa el recinto de su domicilio o su despacho. Pese a ello, evitó asomarse al hemiciclo durante un debate que le afectaba de lleno. Suprimir la oficina de apoyo y el personal eventual previsto, hacer incompatible la pertenencia al Consell Jurídic Consultiu con otros cargos, condicionar el apoyo de la Generalitat a que el expresidente actúe en calidad de tal y establecer la desposesión de privilegios a quien resulte condenado en firme por cualquier delito fueron consideradas por Alfredo Castelló, del PP, muestras de “demagogia” y síntomas de que el PSPV-PSOE “va contra el sistema, contra la democracia parlamentaria”.

Camps permaneció fuera del hemiciclo, pese a que estaba en la mente de todos. Los diputados de la oposición citaron varias veces al exjefe del Consell que dimitió acusado de cohecho para resultar absuelto y que ahora espera una nueva imputación por sus relaciones con Urdangarin. También citaron a Eduardo Zaplana, el ejecutivo de Telefónica que dispone de dos escoltas pagados por la Generalitat en Madrid, como recordó Ignacio Blanco. Y a José Luis Olivas, sumido en la oscuridad que parece engullir a todos cuantos tuvieron algo que ver con ese enorme fiasco que resultó ser Bankia.

“No es lo mismo un privilegio que una prerrogativa o un derecho”, advirtió Mònica Oltra, partidaria, como los socialistas, y al revés que Esquerra Unida, de mantener un estatuto de los expresidentes. “Pero no vale todo”. La diputada se refería a que no todo lo real es tangible. Por ejemplo, el honor de un presidente. “El honor es objetivable, el honor existe, aunque ustedes, a fuerza de deshonor, ya no sepan lo qué es”, lanzó a los escaños del PP. Camps no estaba. Tal vez seguía la sesión por el circuito interno de televisión. ¡Quién sabe! En la Cámara valenciana, en efecto, se han cruzado tantas líneas rojas de decencia que ya nada parece honorable. Hubo un miembro del Consell que hacía también de portavoz del grupo parlamentario (hoy le pide la Generalitat 11 años de cárcel). Ese sí que estaba sentado, como una estatua de sal, en su escaño. Hay un exjefe del Gobierno que hoy es diputado y miembro del consejo consultivo al mismo tiempo... Siguió escondido un rato en algún lugar del Parlamento. Los valencianos no hemos tenido suerte, tampoco, con los expresidentes.

Y para una excepción que tenemos, no hace uso de sus prerrogativas, hasta el extremo de que parece empeñado en desmentir que alguna vez presidió la Generalitat. Me refiero al socialista Joan Lerma. A diferencia de sus sucesores, ni ha tenido problema alguno con la justicia ni ha hecho uso del estatuto de los expresidentes. Es un hombre austero y honorable. Sin embargo, no soy el único que lo nota a faltar, por ejemplo, cuando la derecha pretende arrimar el ascua del consenso estatutario a su sardina. A lo mejor tendría su importancia que pusiera las cosas institucionales en su sitio de vez en cuando, y se olvidara de demostrar que es todavía un político de partido.

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