_
_
_
_
_

Rihanna reina en Barcelona

Triunfo apabullante de la diva de Barbados en su concierto en el Sant Jordi

Rihanna, anoche en el inicio dl concierto en Barcelona. / massimiliano minocri
Rihanna, anoche en el inicio dl concierto en Barcelona. / massimiliano minocriMASSIMILIANO MINOCRI

A la hora prevista para el inicio del concierto, las 21:30h, los teloneros, los disc-jockeys GTA todavía estaban tronzando tímpanos. Ella, la estrella, debía estar pensando en mantener su tradicional impuntualidad, se ignora si aún en el hotel o ya en los camerinos del recinto. Lo logró, ya que Rihanna salió a escena a las 22:52h, cuando el público ya había comenzado a demostrar tibiamente que la paciencia se agotaba. Pero la caída de un telón, ayer en sentido literal, tiene efectos drásticos sobre la memoria de un espectador, y todo el mundo que llenaba el Sant Jordi olvidó tanto la espera como la ruidosa tabarra dance de GTA. Sonaba el punteo de Mother Mary y se iniciaba el espectáculo. La fiesta comenzada horas antes con el mero hecho de desplazarse festivamente a un concierto, entraba en su parte cenital: Rihanna comenzaba a reinar.

Lo hizo bajo una cabellera rubia, situada en el vértice del escenario, agachada, cubierta por una especia de túnica negra que la tapaba por completo. Vozarrón en primer plano, volumen casi atronador y al menos una estatua franqueando a la diva dieron forma al arranque del espectáculo. En la segunda pieza ya quedó expedito el escenario dejando ver su enormidad. La diva ya estaba en su parte trasera, cambiada la túnica por un abrigo con pedrería, brocados y minipantalón por debajo. Recitaba poderosa Phresh out the runway mientras bailarines y músicos , todos de negro, la flanqueaban. El sonido se mantenía potentísimo, las proyecciones escupiendo imágenes en las pantallas suspendidas sobre el escenario y el griterío del público, apenas audible ante tal estruendo, ponía la fiesta en términos de decibelios.

Todo en el concierto funcionó como en este primer tramo. Unos bajos heredados de la música electrónica que hacían retumbar las tripas, canciones esculpidas a base de recitados cercanos al hip hop pero entonados como en una canción de soul urbano, la voz tirando a aguda de Rihanna apoyada por dos coristas y quién sabe si por pregrabados –en alguna ocasión dejó de cantar y todo sonaba más o menos igual- y todo el protagonismo para el escenario, donde a pesar del tremendo volumen y de la cantidad de elementos que se escuchaban, sólo había 5 músicos. Las pantallas suspendidas sobre el escenario y las superficies verticales del mismo, a modo de zócalos, donde también se acogían imágenes, ofrecían el perfecto entorno visual para el espectáculo

Tiene la cantante un dinamismo salvaje, un apabullar con ritmo

Tras siete piezas rematadas por Numb, el guitarra solista se marcó un solo heavy como interludio y el concierto alcanzó luego un cénit tropical cercano al dancehall con Man down y ya directamente reggae con No love allowed. A todo esto, Rihanna ya no lucía camisa de seda negra con short microscópico y botas de tacón para pisar sometidos, sino botas blancas de mosquetero extraviado y camiseta negra. En Rude boy dio unos cuantos golpes de pelvis por si había duda de la connotación erótica del asunto, que ya con la diva entreabriendo las piernas y cantando What’s my name alcanzó las cotas de evidencia más obvias.

Puede que este ambientazo estuviese vinculado al calor que hacía en el de ayer, primer día caluroso de la temporada. También debió influir que se trataba de un sábado, un excelente día de asueto que permite extralimitarse con la retaguardia cubierta por el domingo. Y, sin duda, debió influir sobremanera que la propuesta de la diva bailarina es fundamentalmente hedonista, una forma refinada de apelar al desparrame danzante que proponen sus canciones, una mezcla de estilos con la última intención de evocar una discoteca sin necesidad de estar en ella. Así el Sant Jordi se convirtió en eso, en una enorme discoteca presidida por un escenario por donde, al igual que una tormenta, pasó un espectáculo que barriéndolo todo dejaba sin respiración. Eso tiene Rihanna, un dinamismo casi salvaje, un apabullar a base de ritmo, pasos de baile, coreografías y canciones que son todas ellas, o casi un éxito. Abrió con Mother Mary, y hasta la final Diamonds, uno de los sencillos de su último trabajo, Unapologetic, apenas hubo momentos para recuperar el resuello.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Apenas hubo en el concierto momentos para recuperar el resuello

Antes ya se intuía la fiesta en los accesos al recinto. Un grupo de seguidores venidos expresamente de Sevilla lucían con orgullo unas camisetas en las que se leía “Los Rihanneros”, una adaptación al deje andaluz de su pertenencia a un club de fans de la estrella de Barbados. Mucho más lustrosos, ataviados de tiros largos, iban los que habían adquirido la entrada VIP que accedían al recinto por la parte de atrás del Sant Jordi. Allí, entre azafatas uniformadas color champagne y varios rótulos que proclamaban en inglés la excelencia de sus entradas –según parece lo que viste ha de denominarse en inglés-, iban pasando los afortunados. De esta manera entraban parejas en las que ellas parecían figurantes de un clip musical macerado en erotismo, mientras que ellos, orgullosos de quien llevaban del brazo, lucían bronceados inusuales para la primavera vivida, cabellos repeinados y un aire general de satisfacción provocada por el efecto conjunto de la novia espectacular y saberse con capacidad para abonar una entrada VIP Pre Party Show con valor superior a los 150 euros.

Dentro del recinto, y con la luz natural del atardecer aún inundándolo, los más madrugadores sometían sus tímpanos al implacable castigo de dos disc-jockeys GTA que oficiando de teloneros parecían la mar de contentos, dando botes, diciendo cada dos por tres “Barseloooooonaaaaa” y disfrutando en suma de su sesión de gloria, que se prolongó por más de hora y media. Orgullosos de su estatus pusieron en peligro la capacidad auditiva de sus espectadores, que corrieron el riesgo de comenzar ensordecidos en concierto de la estrella. Y dado que no se trataba de un festival, los niños allí presentes, que haberlos los había, no iban protegidos con los recomendables cascos que les protegen de lo que cuando sean adultos les provocará un placer que muchos definirán como inenarrablemente ensordecedor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_