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Desalojen las salas

Pontevedra puede perder sus únicos cines por el desahucio de la exhibidora

LUIS SEVILLANO

Salvo solución de última hora, Pontevedra está a punto de convertirse en una ciudad sin cine. El próximo día 20 está previsto que se celebre el juicio para desahuciar a la empresa Ábaco de las instalaciones que ocupan sus siete salas de proyecciones en el centro comercial Vialia, anexo a la estación de tren y propiedad de Adif. La compañía debe atrasos desde hace meses -800.000 según el inquilino, 1,3 millones según la empresa pública estatal. Con apenas margen de negociación, la plantilla y el sindicato CC OO piden la intercesión de la ministra de Fomento, Ana Pastor, apelando a su condición de pontevedresa.

El declive del cine en la ciudad comenzó en los noventa, antes de la irrupción de las redes de intercambio de archivos en Internet, el ‘streaming’ y Kim Dotcom. Fueron cerrando sucesivamente el Teatro Malvar y los cines Victoria y Gónviz. Los tres eran cines de los antiguos, ubicados en el centro, de grandes pantallas, vetusto encanto y cierta querencia por los ácaros, sobre todo el primero. Cayeron fagocitados por el auge de las multisalas y la presión urbanística. El hueco que dejaron lo ocuparon un banco, un bloque de viviendas y una tienda de muebles de Zara. Las salas múltiples Fylcines y ABC duraron algo más pero echaron el cierre igualmente en 2006. Desde entonces solo quedaban en pie los últimos cines, los más recientes y modernos, inaugurados en el centro comercial de Vialia a finales de 2000 y hasta ahora ejemplos de estabilidad laboral. La plantilla que empezó entonces ha permanecido hasta hoy con apenas cambios. “De los 15 que somos solo han cambiado cuatro. En todos estos años se portaron bien, siempre pagaron puntuales salvo el año pasado, en que hubo un retraso porque querían comprar una película de 007”, comenta Esther Moure, portavoz de los trabajadores. Ni siquiera la quiebra de la concesionaria original, Lauren Films, afectó al personal.

Durante años el negocio fue razonablemente bien, pero últimamente ya no tanto. De los tiempos de bonanza, cuando en un domingo de record se llegaron a vender 4.000 localidades, se pasó últimamente a rondar los 2.000 espectadores por semana. Aún así, de vez en cuando había picos; en Semana Santa hasta 7.000 personas se acercaron al lugar. El declive, aparte de a la crisis y las descargas, los trabajadores lo achacan también a la pérdida de lustre de las cintas que se estrenan, según explica Moure. “La cartelera es bastante mala. Se compran películas a bajo coste y luego oyes a la gente comentar: ‘¿Has visto Posesión Infernal? Menuda mierda”.

Los rumores sobre los problemas económicos de la empres Ábaco, que había absorbido a su vez a Cinebox, empezaron hace unos meses, pero no se concretaron hasta finales de abril, cuando se comunicó a la plantilla que el negocio se acababa, que la recaudación daba para pagar a proveedores y sueldos pero no para el alquiler, según confirma una portavoz de la empresa, con sede en Valencia. Desde entonces y con el apoyo de CC OO, los trabajadores buscan una solución de compromiso que evite que la ciudad no pierda los cines. “Nosotros planteamos dos posibilidades, que se renegocie la deuda o que otra empresa se haga cargo. Si los echan se llevarán todo el contenido del local y una nueva inversión de ese tipo costaría 2,5 millones, sería inviable”, razona José Luis García Pedrosa, secretario comarcal del sindicato.

En Adif lo que quieren es cobrar. “Es que no son mil euros lo que deben”, expone un portavoz, que asegura que las deudas se acumulan desde hace más de un año y que ya se intentó negociar un aplazamiento en los pagos sin éxito. En la empresa pública apuntan a la posibilidad de que otra compañía del sector se haga cargo de las instalaciones. “El lugar es idóneo para unos cines, pero habría que convocar un nuevo concurso”. El alcalde, Miguel Anxo Fernández Lores, manifestó que no le importa reunirse con la plantilla, pero que no tiene muchas esperanzas de éxito. Los trabajadores también se agarran a que la ministra Ana Pastor, que alguna vez se deja caer por allí, les tienda un cable. “Al menos dos veces la he visto en no mucho tiempo. Te fijas cuando ves a los guardaespaldas”.

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