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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sufriendo la inestabilidad

Ante la ruptura del doble pacto, el social y el territorial, caben dos respuestas, una democrática y otra autoritaria

La pregunta ¿hacia dónde vamos? o ¿qué pasará? es muy corriente. La sociedad catalana y la española están viviendo en una inestabilidad que proviene de la desorientación y que provoca indignación y malestar. No somos conscientes del peligro que esto supone, ni somos capaces de afrontarlo adecuadamente. Esta situación tiene una causa muy clara. En estos últimos años se han roto casi simultáneamente dos pactos, más o menos explícitos, que habían proporcionado progreso, seguridad y tranquilidad a los ciudadanos: un pacto social y un pacto territorial.

El pacto social. Los enfrentamientos entre clases sociales, las situaciones de fuerte explotación económica, las luchas entre capital y trabajadores se fueron reduciendo, aunque no eliminando, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Aumentó el nivel general de bienestar, disminuyeron las desigualdades y se consolidó una amplia clase media. Fue el fruto de aceptar un sistema de convivencia basado en un pacto no escrito entre el poder del dinero y el poder de los ciudadanos. Frente a la alternativa de una sociedad planificada y opresora, Europa consiguió un modelo que mantenía la libertad, tanto civil como económica; que aceptaba el mercado libre pero regulado por las leyes para evitar sus abusos; y que combatía la desigualdad a través de una redistribución de rentas en base a una fuerte fiscalidad que financiaba los servicios del Estado de bienestar. Se puede decir que era un pacto entre el poder económico y la democracia, o si se quiere, entre el capitalismo industrial y la socialdemocracia. El valor real que generaba la actividad económica se repartía aceptablemente.

Este pacto se rompió en la última década del siglo pasado y la crisis actual es el claro signo de su desaparición. El incremento espectacular de las desigualdades de renta (el caso español es extremo), el crecimiento y la prepotencia del sector financiero (fuertemente especulativo), las reformas fiscales de los últimos años, y la gran falta de equidad en las medidas contra la crisis (que salvan bancos pero condenan personas), certifican esta rotura y provocan una desesperación ciudadana frente a la impotencia de los Gobiernos y el desprestigio de la democracia.

El nuevo pacto ha de tener en cuenta que ambas partes han cambiado. El anterior capitalismo industrial es ahora un capitalismo financiero mundial, que se apodera de grandes beneficios pero que no produce ningún valor real. Y los sistemas parlamentarios de representación de las soberanías nacionales han quedado superados por las instituciones supranacionales y necesitan un nuevo sistema de conexión con la representación popular. El pacto urge pero necesita una comprensión de estas nuevas realidades, sobre todo por parte de quienes han quedado más descolocados: los partidos socialdemócratas.

El pacto territorial. La reestructuración del Estado español, después de la dictadura, dio lugar a un consenso que se materializó en una Constitución. Durante dos décadas permitió un modelo satisfactorio de convivencia en la pluralidad. Supuso además unos avances, lentos pero progresivos, hacia una estructura más federal del Estado. La letra de la Constitución sigue intocada, pero su espíritu ha sido traicionado; los avatares en la aprobación del nuevo estatuto catalán, el recurso del PP y finalmente la sentencia del TC, certificaron el final del pacto, por lo menos en lo que respecta a Cataluña. La evolución de este tema, entre la cerrazón increíble del Gobierno español y algunos gestos equivocados de algunos partidos catalanes, es motivo de incertidumbres, de incomodidades y de represalias que agravan mucho la situación social catalana, refuerzan las actitudes radicales y aumentan la desconfianza en el futuro de todos, catalanes y resto de españoles.

Los dos pactos rotos tienen un ámbito distinto. El primero tiene dimensión europea y solo en esta dimensión puede resolverse. El segundo, aunque con posibles repercusiones importantes en Europa, es de carácter interno. Pero para ambos casos es válida mi reflexión final: no hay duda de que en una situación de inestabilidad, hay dos vías para recuperar la tranquilidad: la autoritaria o la democrática. Es decir, la imposición, la fuerza, el pulso hasta el extremo, la confrontación; o bien el diálogo y el pacto. Creo que en la Europa del siglo XXI solo se puede aceptar la segunda. Muchos hemos luchado mucho para conseguirlo.

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Joan Majó es ingeniero y exministro.

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