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crítica | clásica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El encanto de la melodía francesa

La soprano Anna Caterina Antonacci y el pianista Donald Sutzen cautivan con un programa sin concesiones en el ciclo de Lied del teatro de La Zarzuela

La soprano de Ferrara Anna Caterina Antonacci y el pianista de Kansas Donald Sutzen se presentaban por primera vez en los ciclos de Lied del teatro de La Zarzuela con un programa monográfico de autores franceses, si consideramos también como tal al venezolano Reynaldo Hahn, de ascendencia alemana y vasca, pero cuya vida transcurrió sobre todo en el país de Marcel Proust, de quien fue además un buen amigo. Era un programa complicado, sin concesiones.

La pareja italo-estadounidense lo bordó. Antonacci no posee una voz espectacular pero su manera de decir, su dominio del estilo y su elegancia escénica cautivaron a un público cada vez más entregado. Unicamente las canciones en dialecto veneciano de Hahn ofrecieron un momento de respiro en un recital con la lengua francesa como sostén emocional y estético. Desde La mort d'Ophélie, de Berlioz, a las Chansons de Bilitis de Debussy o el bellísimo Cygne sur l'eaude Fauré todo desprendía un aroma de ensoñación, una correspondencia entre palabra y música verdaderamente envolvente.

 Pulzen desde el piano era el cómplice perfecto para esta operación en busca de la quintaesencia del universo vocal francés. En el fondo era un homenaje al Día del Libro desde la música de las palabras. Fue pues oportuno que después de tanta exquisitez la pareja eligiera para las propinas una canción napolitana muy frecuentada por los tenores y un homenaje a la zarzuela a través de La tarántula. No fui el único en la sala al que se le aparecieron los fantasmas de Victoria de los Angeles. Al fin y al cabo se estaban escuchando muchas de las canciones que la soprano española bordaba. Pero esa es otra historia.

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