_
_
_
_
_

Bayonetas contra gumías

La campaña de Marruecos de 1859-60 fue rica en épica y gloria

Jacinto Antón
Fortuny disfrazado de sarraceno, hacia 1870.
Fortuny disfrazado de sarraceno, hacia 1870.IMMR

“¡Ahora! ¡Viva la Reina! ¡A la bayoneta! ¡A ellos!” Así lanzó, entre cornetas y tambores, a los 32 batallones de infantería del Ejército de África —los de León y de Saboya, los de Alba de Tormes, los de la Princesa y los de Córdoba, unos 15.000 hombres—, su general en jefe Leopoldo O'Donnell, conde de Lucena y presidente del Gobierno, aquel 4 de febrero de 1860, en la sangrienta batalla de Tetuán, ¡tachán!

“¡Qué embriaguez! ¡Qué vértigo! ¡Qué locura! (...) ¡Treinta mil espingardas nos apuntaban al corazón!”, relata en su Diario de un testigo de la guerra de África el corresponsal de guerra avant la lettre Pedro Antonio de Alarcón. ¡Hay que ver cómo puso a la gente aquella campaña!, culminada en una serie de batallas que aún hoy resuenan en nuestro callejero. Por una vez —y sin que sirva de precedente— las cosas fueron bien para las armas españolas.

Y con los 500 Voluntarios Catalanes en primera línea en los momentos decisivos, por solicitud propia. No en balde se les colocó desde su desembarco, el día antes de la batalla de Tetuán, bajo el mando directo de su paisano el general Prim, conde de Reus, que los incorporó a su Cuerpo de Ejército y los arengó, sable en mano, desde su caballo blanco capturado a un jefe enemigo. “Pensad en la tierra que os ha equipado y mandado a esta campaña, pensad en que representáis aquí el honor y la gloria de Cataluña (...) Uno solo de vosotros que sea cobarde labrará la desgracia y la mengua de Cataluña. Yo no lo espero...”.

Así que allí fueron los Voluntarios Catalanes impetuosos contra los parapetos del campamento moro que defendía Tetuán. Prim (valientísimo toda la campaña, hasta casi la insensatez, el héroe icónico de aquello), se puso a su frente y los arengó de nuevo. Lo recoge Alarcón: “¡Adelante, catalanes —grítales en su lengua—. ¡Acordaos de lo que me habéis prometido!”. El propio Prim entra en el campamento del emir Muley el-Abbas. Los moros se espantan, retroceden. “Uno más osado llega con su gumía (su puñal curvo) a dar muerte a nuestro bizarro general. Este se convierte en soldado: blande su corvo acero y derriba a sus pies al insolente moro”.

La épica que late en el cuadro de Fortuny, aunque ya había decaído un tanto cuando lo pintó, tres años después de los hechos, refleja el espíritu de la campaña, que desató un entusiasmo general, una ola de nacionalismo español supercalifragilístico, ¡y que vivan los Lanceros de Villaviciosa, el cabo Mur, el brigadier Sugrañes y las mochilas de la División de Prim! La verdad es que las cosas se hicieron bien y salieron estupendamente para España, gloria incluida (Castillejos, Tetuán, Wad-Ras). ¡Qué diferente de la guerra posterior, cincuenta años después, contra Abd el -Krim que condujo al desastre de Annual, la matanza del Barranco del Lobo y la depresión nacional!

La campaña de 1859-60 en Marruecos fue un éxito (si se le puede llamar así a algo que costó diez mil muertos) pero empezó con chulería y felonía. El gobierno de O'Donnell encontró una excusa indigna para desatar una guerra muy oportuna a fin de entretener a los militares, animar a la opinión pública y de paso reverdecer la gloria colonial (“gallear un poquito”, decía Pérez Galdós). Aprovechando la agonía y sucesión del sultán de Marruecos y un absurdo episodio de destrucción por miembros de las cabilas (tribus) de un mojón de piedra junto a Ceuta que llevaba grabado el escudo español, el gobierno se hizo el ofendido en grado sumo —”la honra de la patria mancillada”—, pidió reparaciones que no podían ser cumplidas (entre ellas ahorcar a los culpables) y declaró la guerra. El nuevo sultán, Mohamed IV, no era para tirar cohetes: siendo comandante de los ejércitos marroquíes lo habían derrotado los franceses en Isly y para su vergüenza su padre le prohibió subir un caballo durante tres años.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

El plan español era conquistar una plaza emblemática marroquí. Se escogió Tetuán. Las tropas salieron de Ceuta y se dirigieron allí, a 40 complicados kilómetros, batallando por el camino. Siempre con éxito (excepto en la lamentable —para ellos— carga alocada de los húsares de la Princesa, de bonitas pelliza blanca y guerrera azul celeste). ¿El secreto? Aparte de una buena planificación y conducción de las operaciones, y una intendencia que funcionó, en buena medida las bayonetas. Los guerreros marroquíes —aunque por lo visto tuvieron asesoramiento británico— no estaban en disposición, se vio una y otra vez, de frenar las cargas ordenadas de la infantería española (véase al respecto Una guerra olvidada de Salvador Acaso, Inédita, 2007). La caballería era muy superior también. Los jinetes moros se limitaban a disparar sus espingardas y no dominaban las maniobras ni el uso del sable como la caballería española. La desproporción en el uso de la artillería fue otra baza en contra de los locales que tampoco supieron como romper los cuadros españoles.

 

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_