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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Economía neofeudal

Entre el señor del ‘chateaux’ y el jornalero de la viña hay una distancia abismal, medieval y contemporánea

Visito diversas fincas y châteaux de mírame y no me toques entre Burdeos y Coñac. Lujo, tradición y clichés: guías guapísimas y deportivos de solera en las oficinas. Después de tanto castillo y tanta bodega famosa, ecológica y biodinámica, a los aguafiestas adocenados nos da por ir a pueblos, supermercados y bares del Médoc, que al norte de Burdeos es lo más.

Es imposible no ver en la diferencia insalvable que existe entre el señor del castillo y el siervo que le cuida la finca, una distancia abismal, medieval y contemporánea. En unos viñedos premiadísimos el ingeniero repite que la raíz de la vid alcanza los diez metros. No puedo dejar de imaginarme las raíces del castillo que llegan hasta las casas de los jornaleros para llevarse la mayor parte de los nutrientes.

Jornaleros, puedo llamarles operarios agrícolas, pero para que nos entendamos clase baja en una comarca donde la clase alta es tan alta que no permite que crezca la clase media. Comerciales, profesores y hasta un abogado de la zona dicen vivir en un limbo social. “A la vid le va muy bien el suelo pobre”, comentaba la guía. Suelo pobre para gente riquísima. Debo admitir que no llevo bien el turismo del insulto.

Muchos castillos no pagan impuestos locales, que viene a ser su particular forma de recordar el derecho de pernada a sus vecinos

Hace unos meses visité otras bodegas, algunas de las cuales pertenecen al señor Bernard Arnault, que amenazó con irse a Bélgica para librarse así de los impuestos franceses. No envidio el lujo, envidio la gran portada de Libération: “Vete, rico capullo”. Los antiguos señores feudales se quedaban en su castillo pero ahora las raíces de los viñedos llegan tan lejos que uno puede gobernarlos desde el exilio neoliberal. Por cierto, en el Médoc, muchos castillos no pagan impuestos locales, que viene a ser su particular forma de recordar el derecho de pernada a sus vecinos.

Las cuadrillas de mujeres que atan los sarmientos están en las antípodas de las guías de las bodegas. Tienen la piel arrugada y se llevan la mano a los riñones pero se guardaran mucho de quejarse. En otro castillo me han contado con todo tipo de detalles la selección que hacen en Portugal para la vendimia. Ciento cuarenta temporeros que actúan de acicate para los que han nacido aquí.

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La distancia entre el dueño del castillo y el jornalero es más que abismal, es insalvable y desmiente a los adalides del liberalismo más recalcitrante, esos que siempre aciertan. Cuando no hay igualdad de oportunidades el liberalismo tiene el valor de una corriente estética. La tradición, el esfuerzo, la obsesión por el trabajo quedan muy bien en los catálogos de vinos, pero los jornaleros salen poco favorecidos. Libre circulación de personas, capitales, mercancías y conocimiento, te repiten.

Siguiendo el primero de los principios, alguien aconsejaría a los jornaleros del Médoc que emigrasen. ¿A dónde? El que puede emigrar es el propietario de las bodegas que, no satisfecho con estar libre de impuestos locales, quiere ahorrarse también los estatales. ¿Quieren todavía más desregulaciones? Los vinos se exportan y la libre circulación de capitales más que un hecho es un escandalazo: lo que nos sobran son paraísos fiscales. De la libre circulación de conocimientos mejor no hablar. Uno de los que se supone que deberían defender la escuela pública es el ex ministro socialista Jérôme Cahuzac, con una millonada oculta en Suiza. Nació en entre estos viñedos. Hay para todos, la estética seduce y excita tanto que se fugan con su verdadero amor al paraíso, con su dinero.

Los liberales de por aquí nos descubren cada día una nueva sopa de ajo. Somos la sociedad imperfecta, siempre nos sobra o nos falta algo: capital, productividad o leyes. O estudios, para ellos nunca tienes ni idea. Su sistema perfecto crea los mismos monstruos que todos los sistemas perfectos. La cortesía del invitado llega hasta el límite de tener que aguantar a algún gerente jurando que vale la pena tanto sacrificio, que los vinos son excelentes. Es el retorno de los señoritos y de los latifundios con cobertura ideológica y, sobre todo, estética: solera, barrica, notas afrutadas, muy pocos muy ricos y muchos capullos.

Francesc Serés es escritor.

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