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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Soluciones de costa para la crisis

Hay un peculiar concepto catalán de moralidad: mano dura con los conciudadanos e indulgencia con los turistas

Francesc Valls

Al principio la crisis era una oportunidad para apuntar hacia un nuevo modelo. Con el pacto fiscal bajo el brazo, fuimos los primeros de España en fustigarnos con ramas de abedul antes de meternos en la sauna de la austeridad regentada por CiU. Íbamos al sufrimiento con la convicción de alcanzar la vida eterna. Estábamos destinados a ser ejemplo en la Europa de la troika. Cataluña sería el paradigma, la guía del recorte y el control de déficit. De momento nos hemos quedado en la primera fase: estado ascético al borde de la muerte por inanición. Expectativas, hechos y decisiones tomadas están tan fatalmente dispuestas que condenan a nuestras almas a vagar para siempre.

No hay signos alentadores ni atisbo de reformas en profundidad. Políticamente, no se negocia más allá de la flexibilización del déficit. Y, en lo inmediato, los planes de choque de la Generalitat contra la pobreza, el paro y para facilitar vivienda son meramente publicitarios, cuando no inoperantes. Las soluciones milagrosas vienen de la mano de arcángeles del tamaño de Enrique Bañuelos, que está construyendo —el proyecto tiene medio año recién cumplido— por encargo de la Generalitat Barcelona World, el gran casino de consolación frente a Port Aventura. La elección llegó después y como respuesta a que Sheldon Adelson decidiera levantar el becerro de oro de Eurovegas en Madrid. Bañuelos, un icono del boom del ladrillo, conocido por su reputada afición al cemento a lo largo de la costa mediterránea, fue el ungido para conducir el gran proyecto catalán. Sus antecedentes como gran vaciador de la burbuja inmobiliaria valenciana no amilanó al Gobierno catalán, que le ofreció otra oportunidad con la construcción de seis parques temáticos y otros tantos casinos frente a Port Aventura por 4.500 millones de euros. Se trata de un proyecto en el que pocos —excepto el Gobierno de la Generalitat— creen. Y es que la costa siempre ha sido tierra de comercio y oportunidades. Porque Barcelona World limita al norte con los amigos rusos de Lloret de Mar. Ahí está Petrov, con sus patrocinios e inversiones, siendo partícipe del crecimiento catalán con presunta ayuda del Ayuntamiento de la localidad.

Pero, con todo, la Costa Daurada es el filón fundamental. La leve metáfora es el comienzo del desembarco de una alegre tropa de 9.500 jóvenes estos días en Salou —distinguida con la etiqueta de turismo familiar— para participar en actividades deportivas. Proceden de universidades de Inglaterra, Escocia y Gales y solo con verlos bajar del autocar con sus atuendos se intuye lo reñida que va a ser la competición: por 230 euros, la gran mayoría va intentar pillar la mayor cogorza jamás vista. Hasta para las autoridades turísticas catalanas el concepto de familia (turística) está cambiando a marchas forzadas. Solo hay que prestar atención a las universitarias disfrazadas de conejitas de play boy que deambulan zigzagueantes por las calles de Salou. O los jóvenes ataviados de superhéroes orinando en las esquinas de la localidad costera.

Aunque, para no faltar a la verdad, hay que subrayar que este año, a los 9.500 deportistas procedentes de la Gran Bretaña se les ha ampliado el campo de acción: podrán participar por vez primera en pruebas de equitación y de balonmano. Y es que lo importante es empezar la casa por sus cimientos éticos: casinos, fiestas etílicas o blanqueadores rusos.

Nuestro particular concepto de moralidad consiste en aplicar mano dura y ordenanzas de civismo a los conciudadanos y en ser indulgentes con los turistas. Quizás pensando en evitar futuros desmadres, estos días el Museo Británico está repartiendo notas de advertencia a los padres o tutores sobre algunas escenas de sexo explícito que brinda la exposición Vida y muerte en Pompeya y Herculano. El dios Pan fornicando con una cabra es una escultura que puede herir la sensibilidad de los menores visitantes. No vaya a ser que, cuando los pequeños lleguen a los estudios universitarios, recreen algún cuadro escénico similar en las pruebas atléticas de Saloufest, en esa Cataluña de ética instrumental.

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