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Justin Bieber sale de la Red para ensordecer el Sant Jordi

El cantante desmelenó a sus seguidoras en un Sant Jordi extasiado

No hay palabra que explique la intensidad aguda del sonido que a las 20:20h de ayer podría haber dejado sin cristales las lámparas de toda Bohemia. Indescriptible es el término que viene a la cabeza tras una dura pugna por oír los propios pensamientos. Con su retraso habitual —Justin es majo pero impuntual—, el show desplegaba su primer efecto: el griterío de las adolescentes que en número de 16.750 ocupaban el Sant Jordi junto a un grupo de padres que atónitos y ensordecidos las acompañaban como garantes de una seguridad que no cubría sus tímpanos. Justin, de blanco poligonero, emergía desde atrás del escenario con unas aparatosas alas de ángel que le dejaron junto a las primeras filas. Tras mantenerse quieto tras sus gafas de sol unos segundos eternos, "cómo molo" se le oía pensar, dijo "lets' go" y aumentó el estrépito.

Porque era un estrépito como de autos de choque el que vomitó el equipo de sonido con All around the world primer tema y pauta de todo lo que vendría después. Un cuerpo de 12 bailarines acompañaban al ídolo en sus evoluciones, todo sea dicho poco fluidas, mientras un festival de luces y explosiones eran recogidos por la multitud de pantallas que acercaban el ídolo a las seguidoras. Al poco Justin se quitaba las gafas y miraba seguro de sí mismo a las masa, se despojaba de su chaqueta para quedar en camiseta imperio y se dirigía a la audiencia en inglés.

Pero al margen de lo que pasaba en el escenario, el espectáculo estaba en la platea. Parecía que todas las adolescentes de Barcelona estaban allí, extasiadas, habiendo dejado a los chicos solos en casa con sus videojuegos. Y estaban de verdad, desgañitándose bajo sus gorritas promocionales, balanceando sus brazos, anhelando besos bajo el tupé de Justin, diluyendo con sus lágrimas de alegría las iniciales JB que se habían pintado en los rostros, bailando apretujadas contra las vallas que separaban la platea en dos zonas. Miraban a sus padres como diciéndoles "¿no ves que esto es maravilloso?, y ellos les devolvían una mirada entre comprensiva y asombrada. Bien, eso cuando la distancia entre padres e hijas lo permitía, pues unos cuantos decidieron retirarse de la línea de fuego y ver la batalla desde la lejanía, contemplando la encarnación de eso que hasta ayer había sido sólo facebook, twitter, pósters y fotos en la pared y hoy era un chavalín que se cambiaba de ropa, se subía en una grúa y cantaba entre el griterío y el olor a palomitas del local un montón de canciones bailables junto a las tradicionales baladas para enternecer.

Horas antes el panorama era completamente diferente, marcado por el desaliento, la frustración y la más profunda de las tristezas. Entiéndase que estos eran los sentimientos de aquellas seguidoras que no habían podido conseguir la correspondiente entrada. Dos de ellas lloraban desconsoladamente, una incluso hipando, porque uno de los asistentes de Justin no les había dado las anheladas localidades que sabían se reparten antes de cada concierto. En taquillas una madre imploraba le hiciesen una copia de su entrada robada —aseguraba tener resguardo de compra— para así poder acompañar a las cuatro crías cuyas entradas no servían para acceder al recinto por ser menores. Las crías eran un desconsuelo.

A todo esto las colas que había en el Sant Jordi eran las más largas de su historia, porque quienes acompañaban a menores de catorce años, una multitud, habían de firmar un documento, previo cotejo de los DNI, en el que aceptaban la responsabilidad de sus criaturas. Y claro, la cosa llevaba su tiempo pese a que vivimos la edad digital.

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