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CLÁSICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Algo pasa en esa voz

No puede ocultarse que el agudo de Cecilia Bartoli se ha hecho bastante más frágil

Algo está sucediendo en la voz de Cecilia Bartoli, aunque no parece tan grave como para merecer los abucheos que recibió del loggione de la Scala el pasado mes de diciembre. Alguno de esos abucheos están destinados, más que otra cosa, a mostrar quién tiene el espejito de la verdad en la ópera milanesa. Lo cierto es que el lunes, en Valencia, las agilidades siguieron mostrándose espectacularmente rápidas, con toda clase de ornamentaciones, saltos, juegos de imitación, derroche de variaciones y, en definitiva, toda la gama de recursos que la situó, en su día, como referente importante entre las mezzos agudas de coloratura. Acompañada, en su caso, por una simpatía natural que se adjunta con la calculada y atractiva presentación de sus hallazgos musicológicos.

Cecilia Bartoli

I Barocchisti. Director: Diego Fasolis. Obras de Agostino Steffani. Palau de la Música. Valencia, 11 de marzo de 2013.

¿Y qué sucede, en realidad, con la voz de Bartoli? Tras lo escuchado el lunes, no puede ocultarse que el agudo se ha hecho bastante más frágil, de forma que la capacidad para afrontar las agilidades enrevesadas, pierde volumen, color y hasta seguridad en la afinación. Hay momentos en que la voz se hace tan afilada que parece a punto de romperse, y, aunque nunca sucede tal cosa, el peligro se cierne cual pájaro de mal agüero en el escenario. Por el contrario, la zona grave conserva la densidad y el squillo, emocionando de verdad en las páginas lentas del tipo “Foschi crepuscoli” (aria de Aspasia, de La libertà contenta) o en “Ove son? Chi m’aita?”, del acto II, en Niobe.

En cualquier caso, el recital estaba dedicado a la promoción de su último DVD, con libro añadido de Donna Leon, sobre un enigmático músico, mitad sacerdote, mitad espía, llamado Agostino Steffani (1654-1728). A Bartoli le gustan ese tipo de cosas, y lo cierto es que, sin traicionar el estilo, consigue vender un volumen muy considerable de ejemplares. Y eso que Steffani, como tantos otros músicos del pasado y del presente, seguramente serán olvidados pronto: no porque no tengan méritos, sino porque la historia, siempre tan exigente, sólo se queda con el recuerdo de los más grandes. A los últimos se dedicaron los tres encores: dos de Haendel y uno de Vivaldi. El público, ya entregado de antemano, se rindió totalmente ante la romana, lanzándole piropos, flores y todo el fervoroso entusiasmo que suele acompañar la actuación de las divas.

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