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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Menos abucheo y más talego

"Como revelan los sondeos de opinión, se acabó la tolerancia o indiferencia para con los corruptos presuntos"

Por algún tiempo es previsible que en el País Valenciano no se produzcan nuevos y sonados episodios de corrupción política como los que han depredado nuestra imagen colectiva y erario. Ya queda poco donde rascar y también es muy otra la sensibilidad social que amparaba estos desafueros. En contrapunto a la euforia económica que los propició, la crisis y el cabreo generalizado les han dado la puntilla. Como revelan los sondeos de opinión, se acabó la tolerancia o indiferencia para con los corruptos presuntos y empapelados que, conscientes de este nuevo clima cívico, escatiman su comparecencia pública. Motivos tienen para temer ser abucheados, como acontece incluso por buena parte de los mismos que otrora les aplaudían con fervor.

Y eso no está bien. No está bien que en un país civilizado nadie sea públicamente escarnecido. Lo que procede es que los corruptos y condenados vayan al talego. Pero eso, como vamos viendo, acontece pocas veces. La geológica lentitud de la justicia, debido no se sabe ya si a sus carencias materiales o incompetencias, junto al exuberante garantismo procesal, parecen blindar a nuestros gobernantes con el beneficio de la impunidad. Raro es el político rapaz que haya dado con sus huesos en chirona. Que recordemos, en esta Comunidad, a pesar de su efervescencia delictiva en este capítulo, tan solo un individuo, y no es político, está entre barrotes a la espera de juicio por el caso Cooperación. Además, tenemos fundamentos para sospechar que cuando se sucedan los fallos condenatorios, que se producirán, las triquiñuelas legales e inercias judiciales seguirán amparando a tan eminentes reos y a menudo vulgares chorizos.

Un atisbo de cambio supone el reciente auto de la Audiencia de Barcelona a propósito del caso Pallerols (desvío de subvenciones públicas en beneficio de UDC), obligando a cumplir penas de prisión de hasta año y medio, cuya suspensión había sido previamente pactada por las acusaciones. El mencionado tribunal ha considerado que, con la que está cayendo, ese chollo resultaba obsceno a pesar de las circunstancias que lo propiciaban. Al trullo, pues, además de haber devuelto todo o parte del dinero mangado. No obstante, está por ver si esta decisión llega a ramos de bendecir, pues es recurrible. En todo caso, se trata de un trance excepcional y lo que estamos necesitando es un audaz compendio de reformas legales y administrativas que, a falta de una moral pública más presentable, disuada en lo posible a los trincones de cuello blanco.

Mientras no se emprenden los aludidos cambios —y remisos se andan los partidos hegemónicos—, el único correctivo a los corruptos es el azote mediático, la pena de telediario que Gabriela Cañas glosaba hace unos días en estas páginas. En esta misma línea crítica, pero con propósitos de más calado, tienen mucho que decir los narradores, decimos de Ferran Torrent y Rafael Chirbés, por ejemplo, cuyas plumas ya han diseccionado el trasmallo canalla de esta sociedad, de la que a nuestro juicio queda por explorar el desplome moral y el delirio codicioso que ha sufrido en estos años de gestión conservadora. Un panorama animado por banqueros, bancarios y cajarios rapaces al alimón con políticos predadores y cómplices necesarios. Y también la Iglesia, tan inhibida y aplicada a la promoción de sus universidades para adoctrinar al desecho de tienta del alumnado. Mogollón de tema para una novela que nos ajuste las cuentas.

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