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crítica | circo
Crónica
Texto informativo con interpretación

Larible, atrapando un rayo de sol

En ‘The Clown’ el artista italiano tiene el swing de los grandes cómicos del cine mudo

Javier Vallejo
David Larible, en un momento de su espectáculo.
David Larible, en un momento de su espectáculo.EFE

Como los entremeses que en el Siglo de Oro se ofrecían en los entreactos de las comedias, las entradas de payasos son un género breve creado para rellenar tiempos muertos entre números circenses. Los clowns tienen sus minutos de gloria mientras los mozos de pista montan y desmontan el trapecio, la rueda de la muerte o la jaula de los felinos. Para hacer un espectáculo entero a base de entradas de payasos, hay que llevar el número uno en la camisola. David Larible, clown enciclopédico, es un genio del humor sin palabras, un atleta de la expresión sentimental culminada con un solo y conciso gesto.

Cuenta Larible que, en 1991 (tenía ya el Clown de Plata en los oscar del circo y pronto ganaría el de Oro), tras finalizar su actuación en el Ringling and Barnum & Bailey, una anciana llamó a su carromato para felicitarle. “Llevaba muchos años sin ver un payaso de verdad”, dijo. Era Eleanor Keaton, tercera mujer del Gran Cara de Palo, con la que forjó una buena amistad. Larible tiene el swing de los grandes del cine mudo, y su personaje, esa mezcla de ingenuidad y astucia que caracteriza a los mejores augustos.

THE CLOWN

Intérprete: David Larible. Músico: Stephan Kunz. Circo Price. Del 22 de febrero al 3 de marzo.

The Clown, divertidísimo espectáculo que presenta en el Price, es una versión de Il Clown dei Clown, con el que lleva girando años. De este, Larible ha suprimido prólogo, epílogo y el tenue hilo argumental, además del número del falso lanzador de cuchillos y el personaje del monsieur Loyal (el jefe de pista), que interpretaba su padre, Eugenio Larible, sustituido luego por el carablanca catalán Fulgenci Mestres. Ahora, el excelente músico Stephan Kunz se desdobla para hacer, en versión sintética, la parte del padre, sin que el espectáculo acuse su falta, porque Larible ha sabido compensarla introduciendo algún número nuevo (el del maniquí, aún sin culminar) y perfeccionando el resto.

Larible ofrece variantes novedosas del repertorio clásico: en la entrada del surtidor humano (echando un solo buche, el payaso devuelve el agua en un chorrito interminable, como si una fuente fuera), saca a un niño a la pista para que haga lo que él, con un resultado desternillante por el contraste entre la ingenua impericia del invitado y el virtuosismo paroxístico de su anfitrión.

El payaso italiano domina como nadie el trato con el público: sabe muy bien a quién saca a la pista, cómo hablarle y lo que cabe pedirle. Si ridiculiza, parodiándolo, el entusiasmo con el que una señora acepta ponerse a dar saltitos, enseguida se le acerca para desdecirse con un gesto cómplice y una tierna caricia. La ubicación consecutiva de los dos grandes números participativos, al final del espectáculo, no es la óptima: separados, como en Il Clown dei Clown, estarían mejor.

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La impagable cima poética de la función es un tierno, delicioso, memorable pas de deux cómico-lírico entre Larible y el haz circular que proyecta un cañón de luz. El payaso intenta barrerlo con su escoba, el haz le rehúye; pretende darle caza, pero se le escapa… Cuando el clown pasa de ella, la luz se le acerca (“¿No te gusto?”, parece preguntarle). “Vale, te ajunto”, responde Larible con la mirada, antes de ponerse a hacerle cosquillas que estremecen y dilatan al haz, más humanizado cada vez. Yacen ambos en la pista, el hombre se mete en el círculo luminoso, se arropa con él… Y no cuento más: el final hubiera fascinado a Chéjov, a quien Gorki sorprendió un día en el jardín intentando, cual niño, atrapar un rayo de sol con su sombrero.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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