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CRÍTICA / TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Valiente

Cómo me gusta ver a Pablo Derqui en un papel protagonista. Y qué bien le sienta el de Roberto Zucco

Un momento de la representación de "Roberto Zucco"
Un momento de la representación de "Roberto Zucco"

Cómo me gusta ver a Pablo Derqui en un papel protagonista. Y qué bien le sienta el de Roberto Zucco, ese individuo periférico, excluido y solitario que se convierte en el gran poeta del crimen gratuito. En la memoria guardamos a otro inmenso Zucco, el de Eduard Fernández en el célebre montaje de Lluís Pasqual de 1993, y que supuso varios descubrimientos: el del testamento literario de Koltès (acabó la obra antes de morir en 1989); el de sus protagonistas, Fernández y una jovencísima Laia Marull; y el de un espacio singular, el Palau de l'Agricultura, cerrado durante años hasta entonces, y que sirvió como ninguno a los propósitos del montaje. El escenario del Romea es otra cosa. Y desde luego nosotros, veinte años más viejos, también. Roberto Zucco, sin embargo, se mantiene con la misma fuerza a través del tiempo y a lo largo de los quince cuadros que lo ilustran y que intentan explicar su identidad. Qué gran personaje, qué texto tan libre y cuántas resonancias despliega con sus variados tonos y estilos.

Julio Manrique se ha enfrentado a la obra y a sus antecedentes con un montaje por momentos desigual, pero que tiene la virtud de dar con los tonos, de plasmar su sentido del humor negro, a veces puede que en exceso, y de devolvernos la juventud perdida. Sí, al acabar la función tuve la sensación fugaz pero intensa de volver a ser la misma de entonces. Las declaraciones de Zucco-Derqui en lo alto de la escenografía —un atractivo edifico que reúne los espacios de la obra a lo Rue del Percebe al estilo de European House, el pre Hamlet de Rigola— asaltado por las voces de los guardianes y prisioneros —encarnados por el resto de los intérpretes desde las habitaciones— justo antes de escaparse de todo con las manos en alto hacia ese sol que siempre ofrece una salida, esa escena final me reconcilió con los desaciertos del montaje y me emocionó. Cuánta tristeza y ternura despierta Derqui con su sonrisa. Para entonces, y a excepción de Derqui y de María Rodríguez —en el papel de la muchacha—, la media docena de actores y actrices que los acompañan se habían desdoblado ya en un montón de personajes más o menos anónimos. Y es en algunos de estos desdoblamientos, poco conseguidos, donde se dan los peros de la propuesta. En la complicidad de los protagonistas, en los personajes que los otros clavan (Cristina Genebat como la hermana mayor de la chica, Rosa Gàmiz como la madre del adolescente que Zucco se carga, Ivan Benet haciendo de hermano, Xavier Boada de inspector melancólico, Xavier Ricart de chulo u Oriol Guinart de puta alocada) y en la entrega del texto, tanto desde su poesía como desde su humor, reside su potencia.

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