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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nóos apunta a Rita Barberá

Un tufo abrasivo impregna a la alcaldesa de Valencia en el final de su carrera política

Miquel Alberola

El exsocio del duque de Palma acaba de poner a Rita Barberá bajo el foco de Nóos, del que ella tanto huye. No es que Diego Torres, con el hedor que desprende la alcantarilla que sirvió de base para sus negocios con Iñaki Urdangarin, sea un tipo muy de fiar, pero la alcaldesa de Valencia le marca la simetría en esos perversos pasos de baile con su obstinación de correr las cortinas y bajar la persiana respecto a su protagonismo en este sablazo que, hasta donde se sabe, ha superado los dos millones de euros. Es probable que Rita Barberá, sin merma de su inequívoco su escorzo reaccionario y otras cosas, sea una persona íntegra y honesta con el dinero público. Por lo menos, no se le conoce ningún episodio hasta hoy que avale lo contrario, pero su condescendencia con quienes, siendo suyos, no son trigo limpio, la ha puesto al borde del precipicio y la ha impregnado con un tufo abrasivo en el remate de su etapa política.

Siendo la persona con más autoridad sobre el PP valenciano, Barberá se puso de perfil mientras la basura y sus lixiviados iban hinchando el caso Gürtel, cuando Francisco Camps regía, además, bajo su advocación y el síndrome de Diógenes se apoderaba de la Generalitat. La alcaldesa de Valencia dejó que esa descomposición fuera pudriendo su partido, no ya sin dar un puñetazo sobre la mesa sino sin quitarse la carcajada de la boca, y luego, cuando Camps estaba completamente fuera de control, lo protegió a zarpazos como una loba. Ese gesto tan irresponsable (y tan maternal), unido a su indulgencia con los asuntos que han llevado a la metástasis judicial de su partido y a la ruina de la Generalitat, acabó con todo su crédito en la calle Génova. Y ahora, mientras calla, la sospecha sobre su integridad personal se va perfilando como el broche final de su carrera.

Pese a todos sus esfuerzos por zafarse, la declaración de Torres ante el juez la sitúa en el mapa de Nóos y contornea su relieve. Y que el exsocio de Urdangarin la señale en un asunto en el que, más allá del sitio en el que se celebró la negociación (La Zarzuela), no le reporta valores añadidos, puede abonar una cierta verosimilitud. Barberá ha tratado de establecer un cortafuegos con la Fundación Valencia Convention Bureau. Ha querido que sea el contrafuerte contra el que se estrellen todas las preguntas que lanza la oposición sobre este turbio asunto para aislar al Ayuntamiento del escándalo y así quedar ella al margen, puesto que la Corporación es su recipiente y la ebullición podría cocerla. Es la misma estrategia que ha seguido con Emarsa, la entidad metropolitana en la que se saquearon al menos 25 millones de euros mientras ella, que era la que podía hacer y deshacer (y tenía consideración de VIP en el apartado de los regalos) miraba hacia otro lado.

Ahora esa misma dulce inconsciencia le pasa la factura y le va estrechando la gatera por la que podía salir airosa. La pasada semana conocimos que el Tribunal de Cuentas le estropeó su estrategia en un informe en el que considera que Valencia Convention Bureau, que la alcaldesa pretende hacer pasar como una entidad privada, “debería llevar a considerarla como integrante de ese sector público local” por la “dependencia económica” del Ayuntamiento de Valencia. Y, por consiguiente, ajustarse a las limitaciones y requisitos de contrato que afectan al sector público. A menudo, los cortafuegos acaban abrasando, porque esconder información y pastelear con el desbarajuste nunca sale a cuenta.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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