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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del ‘austericidio’ al ‘cretinicidio’

La globalización y la crisis han puesto patas arriba buena parte de los conceptos que creíamos firmemente asentados, incluso inmutables. Desde nuestra propia concepción de la democracia hasta la organización del Estado, pasando, como no podía ser de otra manera, por nuestra percepción de la vida. La globalización, en la medida en que los mercados reducen el poder de las naciones, provoca una mayor centralización de las decisiones, la crisis hace que sectores cada vez más importantes de la sociedad añoren un poder central fuerte que ponga coto a los desmanes autonomistas, con manifiesto olvido y desprecio de los grandes logros sociales de los que se han beneficiado los ciudadanos durante estos últimos años. Sostiene el filósofo y sociólogo Zigmunt Bauman que el poder que controla nuestras vidas ya es global, pero nuestros políticos piensan y actúan como si todavía fuera local.

Los valencianos, situados en la periferia de la periferia de un país ya de por si periférico, sufrimos como nadie la pinza globalización-crisis a la que hay que añadir como tercer elemento corrosivo el de la corrupción. Nadie debería sorprenderse, pues, de que los estudios sociológicos nos muestren como los más refractarios al actual sistema autonómico y los más partidarios del regreso al centralismo. Un error que cabe atribuir a unas élites políticas y financieras -al fin y al cabo uno y lo mismo- que malbarataron la confianza y la esperanza que la sociedad depositó en ellas tras la transición y la llegada de la autonomía. Ahora, periféricos en la periferia, el poder autonómico ha devenido en prácticamente residual. La ausencia de liderazgo es tan notable que nuestros dirigentes apenas son capaces de aplicar con no mucha fortuna los ucases que les llegan vía Madrid en la esperanza de que el austericidio les conduzca por otros caminos al antiguo esplendor.

Un recorrido tortuoso que maltrata a la mayoría de la población, crujiéndola a impuestos y recortándole derechos adquiridos. Con la austeridad como único objetivo, nuestras élites gobernantes reniegan de la política, tanto da que sea con mayúsculas o con minúsculas. Su única obsesión parece consistir en jibarizar al máximo el sector público, trátese de empresas públicas que ellos mismos han llevado a la quiebra, reducir el número de diputados o recortar el sueldo a todo el personal dependiente de una manera u otra de la Administración pública, con independencia de que sean personas cualificadas y eficaces o zánganos. Todos son medidos por el mismo rasero populista y demagógico.

Esta semana que concluye, hemos visto la alegría con que oposición y poder se cebaban en los directivos de la Autoridad Portuaria de Valencia a cuenta de sus salarios o de la presencia de un yate de representación que existía desde 2007, que todos sabían que existían, y que nunca nadie cuestionó hasta anteayer como quien dice. La insensatez de quienes asientan sus posaderas en las Cortes Valencianas y en alguna que otra consejería les llevó a romperse farisaicamente las vestimentas y a proclamarse, unánimemente, solidarios con los más desfavorecidos, reclamando más austeridad en el comportamiento de quienes cobran un estipendio público. Que lo haga la derecha ça va de soi, pero que los partidos de izquierda lo hagan solo marca el punto de indigencia política que han alcanzado. Ese es un camino que lleva directamente a aceptar las tesis de María Dolores de Cospedal, presidenta de Castilla-La Mancha, que ha retirado el sueldo a los diputados de la oposición, o a sumarse, cual alegre muchachada, a una de las propuestas más radicales del 15-M que reclamaba para los políticos sueldos mileuristas. Del austericidio sus señorías pasan directamente al cretinicidio político que es donde parecen encontrarse más cómodos. Periféricos en la periferia de un mundo global, buena parte de los políticos valencianos han encontrado en la irrelevancia su ideal. Un mucho de populismo mezclado con unos litros de demagogia se agitan y dan unos titulares muy agradecidos.

El caso es que, en medio de una borrachera que va directa al corazón de la democracia, hay propuestas sobre las que valdría la pena reflexionar. Por primera vez en lustros un dirigente socialista valenciano, Ximo Puig, propone para España un modelo de Estado federal y una idea para lucha contra el fraude fiscal. Cuestiones ambas del suficiente calado como para que los suyos abandonaran de una vez la irrelevancia demagógica de sus mensajes y esa trampa saducea que el PP les ha tendido con su propuesta de reducir el número de diputados para que no se hable de lo que interesa de verdad, que es la reforma del Estatut aparcado en el Congreso de los Diputados y que exige más inversiones para la Comunidad Valenciana. Pero claro, solo Puig habla de estas cosas, los teóricamente suyos están a por uvas, oscilando entre el austericidio y el cretinicidio político, actuando aún en local, cuando el poder es global.

Por cierto, el pasado jueves Carlos Fabra dijo una cosa muy sensata en Onda Cero: “La clase política debe estar bien pagada para no tener otro tipo de tentaciones”. Y más aún, que un sueldo de 4.300 euros netos al mes para un alcalde que maneja un presupuesto de 200 millones, no es una fortuna. Lleva toda la razón. Pero él es el menos indicado para decirlas. Hay que ser muy cínico.

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