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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rencor de clase

No estoy curado es de la ojeriza que me provoca la ostentación de Alberto Fabra

El día 27 de diciembre de 2012 junto al Palau de la Generalitat había estacionados cinco automóviles. Si no recuerdo mal, eran negros y elegantes, coches de alta gama. Los imaginé con todos los extras: cristales tintados, tapicerías de cuero, maderas nobles y bruñidas, grandes cilindradas, conexiones inalámbricas, carrocerías blindadas. ¿Muebles-bar?

Formaban una hilera de mucha prestancia y daban impresión de poder. Quien tenga uno de ellos será alguien principal, me dije. Que hubiera aparcados cinco vehículos de esa gama indicaba algo más: sin duda, allí había una reunión de gente importante. Qué envidia sentí. Fue algo primitivo: la codicia de quien sólo posee un turismo, un automóvil que va cumpliendo años.

Sentí rencor, un encono que rápidamente me reprimí. A ti te vale con el Golf que tienes: cabe toda la familia y como no eres nada ostentoso no necesitas más. Eso fue lo que me dije. Me resigné a lo que tenía, procurando no padecer esa pelusa de pobretón. Es más, si quisieras, con un poco de esfuerzo, podrías renovarte el coche. No, repuse. No estamos para ir financiando grandes compras.

Me fijé en las marcas de los vehículos estacionados junto al Palau. Eran Audi, Mercedes y Ford. Sin duda pertenecían al parque móvil de las consejerías. Probablemente, Alberto Fabra había convocado una reunión de alto copete y sus subordinados habían acudido solícitos. Entendí la escena; entendí esa aglomeración; entendí la presencia de chóferes y guardias, vestidos con la corrección y la severidad propias del personal de servicio.

Pero cuando creía que ya estaba todo explicado y comprendido, de repente me dio un nuevo ataque de envidia. Miré los coches con rencor español. ¿Tres Audis y un Mercedes? Dejé fuera el Ford, al fin y al cabo una marca valenciana. ¿Pero y esos coches alemanes? Yo tengo un Volkswagen, lo admito: clase media. Sin embargo, los Audis y el Mercedes me irritaron: mientras Alemania nos impone una política de austeridad que lleva a la calle a miles de trabajadores, sus industriales nos venden su mercadería más ostentosa. Los germanos se quejan del derroche del Sur, pero a ellos les ha ido muy bien con la emulación meridional. Bólidos para ejecutivos, para consejeros, para presidentes autonómicos, para concejales, para políticos de medio pelo. Como pueden comprobar, mi encono no había disminuido y seguía reconcomiéndome. Vivimos en una sociedad de consumo y si yo no dispongo de lo que me apetece lo digiero mal.

Poco a poco me ido reponiendo del espectáculo automovilístico del que fui testigo. He de decir que me serené. Creo estar curado de mi germanofobia. De lo que no estoy curado es de la ojeriza que me provoca la ostentación de Alberto Fabra y sus consejeros. ¿Es preciso desplazarse en vehículos de lujo? ¿Por qué no alquilan un microbús? El señor chófer iría recogiendo a los consejeros y los iría depositando en sus respectivos domicilios. ¿No es un servicio público? Pues que si no me equivoco, el transporte colectivo funciona así. Es poco lucido, lo admito. No permite el lujo ostensible (que diría Thorstein Veblen), pero nos iguala. Si uno tiene prisa, que pare un taxi.

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¿Qué mal padezco? ¿Demagogia, populismo? No: rencor de clase.

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