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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El entusiasmo y el rechazo

Se engaña quien diga que el pueblo catalán no ha expresado mayoritariamente su voluntad de poder decidir sobre su futuro

El 11 de setiembre se inició en Cataluña una fase política que terminó ayer. La eventualidad de unas nuevas elecciones era el horizonte que, de forma más o menos explícita, condicionaba muchas decisiones. Esta perspectiva permite interpretar algunas actuaciones de unos y otros, e incluso comprender algunos errores. Las elecciones se celebraron e introdujeron un elemento de sorpresa que aumentó la confusión. Finalmente tenemos ya, no todavía un nuevo gobierno, pero sí un President investido, el que marcaban claramente los resultados electorales. Es justo felicitarle y desearle acierto en su gestión, que no será fácil. De su acierto depende no sólo su futuro personal sino también el nuestro. Debemos además felicitarnos porque, una vez despejadas las incógnitas y sin segundas intenciones, deberíamos poder plantearnos algunos temas con más rigor.

1) La voluntad de decidir. Se engaña quien diga que el pueblo catalán no ha expresado mayoritariamente (110 sobre 135) su voluntad de ser consultado y de poder decidir democráticamente sobre su futuro. Esto es bueno para ejercer un derecho y muy necesario para no seguir viviendo en la confusión. La consulta tanto como un derecho político es una necesidad psiquiátrica. Todo el mundo habla del pueblo, en lugar de dejar hablar al pueblo. Y cuando éste lo hace, cada uno lo interpreta a su manera. Hay que encontrar la fórmula legal para una consulta, pero no hay marcha atrás. Mientras ello no ocurra, podemos seguir engañándonos todos sobre la realidad. Estamos, me temo que voluntariamente, confundiendo las cosas. No hay que identificar los que están a favor de la consulta solo con los que desean la separación. Y tampoco es razonable pensar que aquellos que, legítimamente, no apoyarían la separación, se deban ahora oponer a la consulta. Si no distinguimos bien ambas cosas, seguiremos en la confusión, terreno abonado para todas las demagogias.

2) La voluntad de separación. En el primer tema las cosas están, creo, claras; en el segundo son y serán objeto de especulación. Pienso que una parte importante del electorado no tiene una posición claramente tomada. Ellos son los que finalmente pueden decidir el resultado. ¿Hacia dónde? No lo sé. Una situación como la que tenemos, con una crisis económica que repercute fuertemente en los ciudadanos, provoca una importante reacción defensiva y una gran desafección hacia la clase política. En tales casos, el voto lo deciden más las actitudes de rechazo que los sentimientos de entusiasmo. Muchos no se sienten verdaderamente representados por nadie, y en cambio tienen claro lo que no quieren.

Por ello, no hay mejor forma de alimentar la voluntad de separación que las actitudes agresivas, represoras y perjudiciales contra Cataluña del gobierno español (“lo impediremos por todos los medios…”, “ahogaremos financieramente a la Generalitat...”, “españolizaremos la escuela catalana…” Tampoco hay mejor forma de enfriar esta voluntad que las posiciones utópicas, épicas o maximalistas de algunos sectores independentistas (“la independencia es la solución a todos los problemas sociales…”, “avanzaremos aunque sea fuera de la legalidad…” “tendremos que pedir sacrificios importantes...” . Seguramente en estos momentos Madrid está creando muchas actitudes independentistas, y en cambio la evolución de la situación catalana está introduciendo algunas dosis de prevención respecto de la separación. El President ha dicho muchas veces durante los últimos meses que el proceso debe hacerse con firmeza pero de forma escrupulosamente democrática y legal. Esperemos que la nueva composición del Parlament no cambie esta voluntad y sirva de excusa para un nuevo choque de trenes, esta vez a más velocidad y por lo tanto con más víctimas.

3) La aspiración al bienestar. No hablo de víctimas políticas, sino de las personas perjudicadas por la crisis, que viven situaciones de gran dificultad. Ni la consulta, ni un posible proceso de separación ha de hacerse a costa de ellas. No sé si está suficientemente claro que sus derechos sociales están por encima de todos los demás, y que no pueden ser utilizados como los países a veces utilizan la vida de sus soldados en ara de unos objetivos “patrióticos”. En una guerra no se puede garantizar la vida, pero aquí se debe garantizar, en cualquier caso, un mínimo nivel de bienestar.

Joan Majó, ingeniero y ex ministro.

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