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crítica | clásica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una diva del siglo XXI

Cecilia Bartoli despierta admiración por su virtuosismo y se siente a sus anchas en el repertorio barroco

Comparecía el jueves la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli en Madridarropada con una historia debajo del brazo, la del compositor Agostino Steffani (1654-1728), cuyos buenos oficios diplomáticos le granjearon la confianza de varios papas. Cecilia Bartoli es un huracán en escena. Una cantante mediática, dotada de una arrolladora capacidad de comunicación. Domina el lenguaje del gesto, transmite una energía pletórica de alegría, ríe y se mueve con desenfado, y posee una capacidad técnica fuera de lo común para exponer con facilidad los adornos vocales más endiablados.

Despierta admiración por su virtuosismo y se siente a sus anchas en el repertorio barroco. Fue recibida con aclamaciones y despedida en un clima de apoteosis. ¿Reflejo de la necesidad del divismo en el público lírico? Tal vez. Pero la habilidad de la cantante para conseguir embelesar a sus seguidores está fuera de dudas. 10 millones de discos vendidos la avalan. En la atmósfera del Auditorio madrileño flotaba no obstante en algunos sectores el recuerdo del abucheo que la propinaron algunos loggionisti de La Scala la semana pasada cuando cantó un par de arias de Rossini. Esta vez no iba de belcanto su actuación pero, por si acaso, un espectador gritó: “Aquí te queremos, no como en Milán”, y se quedó tan pancho. También en La Scala mandaron un día a Mirella Freni a cantar La Bohème cuando se atrevió con La traviata, acostumbrados como estaban a escuchar en ese papel a María Callas.

Los públicos de ópera son como son y no hay que darle más vueltas. Bartoli salió a triunfar en Madrid y lo consiguió. Remató además su faena con tres arias de Haendel, ofrecidas como propinas, para que no hubiera lugar a dudas. El triunfo fue indescriptible. La orquesta de cámara de Basilea se mostró en complicidad con la cantante. Fue una fiesta de aire exhibicionista, como una demostración artística de fuegos de artificio. No era cuestión de andar buscando emociones líricas. Lo que estaba en juego era otro tipo de historias.

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