Sudando la gota gorda
Poco ha variado el quinteto sueco en su concepción histriónica, ruidosa, festiva y garajera
Cinco años han requerido para finalizar su nuevo álbum, Les Hives, pero estos cinco suecos de Fagersta certificaron anoche, con La Riviera a reventar, que poco han variado en su concepción histriónica, ruidosa, festiva y garajera del rock. Conservan The Hives sus señas icónicas, desde las letras gigantes con el nombre al vestuario de chaqué. Por lo demás, el tema inaugural del disco y el concierto, Come on, les sirve en un minuto para marcar el camino que transitarán durante hora y media. Su música no sirve para redefinir el rock ni resolver la crisis mundial, pero invita a que el gentío salte, brinque, vocifere, se abrace con propios o extraños y sude la gota gorda.
Pelle Almqvist es un cantante vocinglero, hiperbólico y hábil generando algarabía. Maneja el micro como un látigo, lo que le confiere aire de maestro circense; chapurrea un castellano divertido (“¡que everbody grite!”, “¡soy un idiota, un imbécil, soy muy mal!”) e intenta engatusarnos con promesas de que asistimos “al mejor concierto de The Hives de la historia”. Incluso presenta Abra cadaver como “una sorpresa”, pese a que el tema suena casi a diario en la gira. Pero tiene la virtud de invitar a un espontáneo del público, Álvaro, para tocar el bajo en la adictiva Hate to say I told you so. Y ese guiño cómplice desata el delirio colectivo.
En lo musical, nada nuevo. I want more calca I want rock & roll aquel éxito de Joan Jett; Walk idiot walk cabalga tan a piñón fijo como cualquier trallazo de AC/DC y Wait a minute apunta al desenfado de la nueva ola. The Hives sirven para divertirse, pero no para incluirlos en nuestras oraciones. Ni siquiera por esos auxiliares de escenario que, encapuchados y embutidos en negro, parecen a punto de practicar un butrón en el Banco Central.