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CLÁSICA / ORQUESTA DE VALENCIA

Programa francés

La cantante Waltraud Meier enriqueció el concierto cantando el 'Poème de l’amour et de la mer' (Ernest Chausson)

El programa, íntegramente francés, ofrecido el viernes por la Orquesta de Valencia, se vio enriquecido por la actuación de Waltraud Meier, que cantó el Poème de l’amour et de la mer (Ernest Chausson). La cantante, afectada por un resfriado, vio algo mermadas sus facultades. Pero, con todo, resultó cautivadora, especialmente en la última parte de la obra (La mort de l’amour). Fue allí donde la voz consiguió un mayor equilibrio con la orquesta, que la atendió en este punto con sumo cuidado: la partitura y el texto exigen fuertes dosis de preciosismo y delicadeza, a lo que se une la atención a una solista que no se encuentra en su mejor momento. Había poca luz en los graves, que quedaron tapados en la primera pieza del poema (La flor des eaux), y el fiato también parecía menos seguro que en otras ocasiones. En cualquier caso, es siempre un placer escuchar a la mezzo alemana, que ha encarnado en Valencia papeles tan relevantes del repertorio alemán como Leonora o Isolda. Un repertorio donde, lógicamente, se encuentra más cómoda. El Poème de l’amour y de la mer muestra a un Chausson (1855-1899) deambulando, de alguna forma, por un espacio fronterizo entre las maneras francesas y las alemanas, recolectando con inteligencia lo mejor de ambas tradiciones, pero no acabando de cuajar el conglomerado. La obra, sin embargo, tiene motivos sobrados para su programación, máxime en una sala donde no se interpreta con frecuencia.

Orquesta de Valencia

Yaron Traub, director. Waltraud Meier, mezzosoprano. Obras de Messiaen, Chausson y Debussy. Palau de la Música. Valencia, 23 de noviembre de 2011

Precediendo a esta partitura se escuchó una de las primeras obras orquestales de Messiaen, que la Orquesta de Valencia abordaba por primera vez: Les offrandes oubliées, interesante porque permite vislumbrar los incipientes rasgos, todavía un poco rudimentarios, que desembocarían luego en el gran Messiaen de composiciones posteriores, mucho más sutil y conmovedor. La segunda parte, quizá para compensar a un público siempre deseoso de volver a las obras conocidas, se llenó con Debussy. El Prelude à l’apres-midi d’un faune mostró a una agrupación que se encuentra muy a gusto con la música impresionista. Traub fraseó con elasticidad, y las maderas cumplieron bien en todos los solos que les demanda la partitura. Y, después, La mer, con ocasiones de lucimiento para todas las secciones de la orquesta.

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