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Mas convierte las acusaciones de corrupción a CiU en ataques a Cataluña

El líder de CiU pronunció ayer en Vic el discurso más contundente en lo que va de campaña

Reza el manual no escrito de Convergència i Unió que cuando las acusaciones de corrupción son más graves, más elevada debe ser la respuesta y más fiel a una de las prácticas de la federación: la de mezclar el presidente de la Generalitat con el partido y con Cataluña. El líder nacionalista, Artur Mas, asumió ayer con un monumental enfado las renovadas acusaciones de corrupción. El enfado se tradujo en el mitin más pasional y enérgico que ha hecho durante la campaña. Por la mañana ya avisó que los ataques contra su persona eran la reacción de lo que él llama “establishment” ante el proceso soberanista iniciado en Cataluña.

Guardó la artillería pesada para la tarde, en su mitin en Vic (Osona), una vez presentadas las informaciones que le acusaban de corrupción. Fue su discurso más duro en lo que va de campaña —hasta ahora un tanto fría— en la que combinó la contundencia los argumentos políticos con la búsqueda de referencias personales para emocionar al millar largo de personas. Todo, con un argumento: los ataques a su persona son difamaciones que surgen por su voluntad de hacer una consulta por la autodeterminación. Y para defenderla, concluye la idea de Mas, lo mejor es dotar a CIU de la mayoría absoluta el 25 de noviembre. “Todas las informaciones solo buscan una cosa. No ir contra Mas, les importa un rábano. El problema es que hay un presidente en Cataluña que quiere dar la voz al pueblo. Y lo que quieren es que el pueblo no pueda hablar", proclamó el líder nacionalista, que aseveró que si no fuera presidente “se olvidarían de él”. “Si estoy ante estas difamaciones, amenazas, y provocaciones es porque soy el presidente de Cataluña y porque he decidido firmemente que el pueblo decida”.

Tras convocar elecciones, Mas  avisó de  que habría “difamaciones, provocaciones, y amenazas de todo tipo”

Para razonar su argumento, leyó fragmentos de su discurso en el último debate de política general, el 25 de septiembre, cuando tras convocar elecciones avisó que habría “difamaciones, provocaciones, y amenazas de todo tipo”. Ahí decidió mezclar las acusaciones de corrupción con todos los ataques que a diario recibe de los dirigentes del PP: contra la inmersión lingüística o aludiendo a la persecución de los apellidos españoles en una Cataluña independiente. “No han entendido absolutamente nada. Si lo hubiesen entendido mínimamente, entenderían que lo que quiere el pueblo de Cataluña es decidir libremente su futuro”.

En toda su perorata Mas quiso dejar una cosa clara: aunque le lluevan acusaciones de todo tipo, el proceso soberanista seguirá en marcha. Aludió a la historia “milenaria” de la Generalitat y a los 128 presidentes de la Generalitat que le preceden para concluir que si le “destruyen, le hacen arrodillar, alguien se pondrá adelante aunque Mas no esté”. Fue en este punto del discurso, con el público ya entregado, cuando apeló a los sentimientos. Primero, con su mujer, Helena Rakosnik, que le acompaña en todo los mitines. Solo abandonará la labor de presidente, aseveró, si se lo piden en casa. Después, citó a su padre, fallecido en marzo, y a su fe. Involucrar a un progenitor es “profundamente inmoral y muy poco humano. Gente que hace esto son mala gente, malas personas”.

Nadie se libró de las embestidas. Si durante toda la campaña Mas ha evitado a la oposición, ayer aprovechó para afear a todos los partidos que se fíen más “de un diario que va contra Cataluña” que “del presidente del país”.

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En todo su discurso Mas insistió que pese a los ataques él “no fallará al pueblo”. Pero pide a cambio una cosa: la mayoría absoluta el 25-N. Un resultado -como mínimo 68 diputados, seis más que los actuales” que en una entrevista matinal en Radio nacional de España había tildado de “prácticamente imposible”. Mas inició en Vic la recta final de la campaña, en la que subirá el tono para dejar claro que solo con la mayoría absoluta el proceso soberanista está asegurado.

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